lunes, 31 de octubre de 2011

INTERVIÚ CON UN ILUSTRE DESCONOCIDO

Entrevista con un Ilustre Desconocido


En un rincón perdido de la vasta geografía venezolana, a la hora sexta. . .                           
Germán Pinto. Usted sabrá disculparme, pero, necesito justificar ante mis lectores tan extraño título. ¿Por qué un pobre “desconocido”?
Ilustre Desconocido. Ante todo, porque lo soy. Aunque, en verdad, suena redundante. Mejor, ¿un “ciudadano anónimo”?… Si le parece, llámeme así.
G. P. Está bien. Pero, déjeme decirle que, en mi opinión, usted merece ser conocido o, en todo caso, algo mejor que el triste anonimato…
I. D. Eso sí sería lo peor. El camino a la autoliquidación… Mire usted: Gracias al pop art, sabemos que a nadie hoy se le niega su cuarto de hora de celebridad, pero, el precio es demasiado alto, pues los <mass media> son grotescos reyes Midas, y lo que tocan se torna inmediatamente “excrementicio”, para decirlo con suavidad. Además, como decía Michelet, la prensa no llega al pueblo, es decir, a los 25 millones de venezolanos que no tienen conocimiento alguno de sus libros, ni de sus periódicos, ni de sus películas, ni siquiera de las leyes a las que obedecen.
G. P. Permítame contestarle a Michelet con Michelet. El lector podría asociar a usted con uno cualquiera de esos abuelos miserables que a sus 70 años sostiene a sus nietos, empujando aun el carrito con la mercancía que pregona en la calle. Hable un momento con ellos y se asombrará de todo lo que hay de historia no escrita: Las cosas escritas –decía- son la menor parte, y quizá la menos digna. Por fuera queda todo un mundo vivo de cosas no escritas.
I. D. Está bien.
G. P. Pero, a pesar de que sus palabras encierran una velada crítica a los intelectuales de nuestro proceso, usted es conocido por su respaldo público a la revolución bolivariana…
I. D. Por supuesto que sí. Se precisa ser un imbécil, completamente idiotizado o del todo inmoral para unirse al coro de los opositores. Es como si la estulticia fuere un requisito inapelable para alistarse en la oposición. Yo, simplemente, adhiero al parecer de la mayoría pobre e ignorante del país que, enfrente de la canalla oligárquica y de la clase media embrutecida que le sigue, repetimos con anhelo esperanzado, desde hace ya más de un década: “ Chávez no se va!” y “No volverán!”.
G. P. Pero, esas son consignas demasiado simples. Por así decirlo, vacías de todo contenido ideológico; delatan ingenuidad y un nivel de conciencia harto elemental. Como tanto se repite, se trata de algo que es necesario superar, a base de “educación revolucionaria”.
I. D. La masa de los más pobres e ignorantes ha colocado a Chávez al frente y lo sostiene allí. Los demás, instruidos y acomodados, militan casi todos en la contrarrevolución. Más aún, parte de los beneficiados con vivienda, empleo o estudio por la revolución, hoy son sus adversarios o, cuando menos, miran por encima del hombro a sus antiguos vecinos de ranchería, a sus ex-camaradas de buhonería. Por lo demás, la revolución sigue llenando los empleos públicos con adversarios que sí cumplen los requisitos exigidos para su otorgamiento; es decir, con personas que ostentan ya la condición de instruidos, que los del pueblo sólo obtendrán en el futuro, siempre y cuando “estudien”, es decir, acrediten el título correspondiente.
G. P. Pero, semejantes opiniones no hacen de usted, precisamente, un socialista. Probablemente, ni siquiera un revolucionario anónimo…
I. D. Depende… De verdad, yo sólo creo en la revolución democrática, es decir, en la vieja idea republicana que se remonta a Roma y aún más atrás… Hasta aquellos tiempos del pasado común en que “almas simples y primitivas discutían sus negocios bajo un árbol y una especie de sacerdote o mago blanco que decía las oraciones por ellos era quien, al parecer, encarnaba el gobierno”.
G. P. Me luce un mucho sí anacrónico.
I. D. Intempestivo, si quiere. De cualquier forma, en mi caso esta convicción me lleva a ser chavista hasta la empuñadura y bolivariano hasta las cachas, hasta el fanatismo, quizá. Pues, como decía un noble granadino, el tributo a Bolívar debido puede legítimamente llegar hasta la veneración fanática. En cambio, conformarse con menos, puede rayar en mezquindad.
G. P. Semejante proceder no me parece nada científico…
I. D. Ciertamente, señor. No soy cientifista, ni feminista, ni indigenista; ni siquiera humanista o progresista. Soy católico al viejo estilo; pero, eso sí, antifascista, antiimperialista y anticapitalista que, viéndolo bien, vienen siendo la misma cosa…
G. P. ¿Usted, no es socialista?
I. D. Sí, pero del siglo XXI o bolivariano, por mejor decir.  No quiero nada con el socialismo del siglo XX; si a eso vamos, prefiero el socialismo igualitario del Diecinueve y confieso que, de éste, prefiero el francés que el alemán; precisamente ése que Engels estigmatizaba como utópico, como no científico o pre-científico.
G. P. Entre capitalismo y socialismo, ¿usted, qué prefiere?
I. D. A mí me parecen, como dijo una inteligente mujer, morochos con distinta gorra, gemelos, cada uno con diferente sombrero.
G. P. Exijo una explicación.
I. D. Tal disyuntiva, según mi parecer, no existe. Porque, en primer lugar, no se trata de opciones políticas. Las palabras capitalismo y socialismo designan sistemas económicos o, si lo prefiere “modos de producción”, como dicen los marxistas. Estos vocablos, en rigor, no representan ideologías políticas, sino algo así como estilos económicos. Ningún país del mundo propone en su constitución cosa parecida al capitalismo o, como se dice ahora, “economía de mercado”. Hablan, en cambio, de sistema republicano o democracia, bien se trate de países capitalistas o socialistas. Todos los países socialistas del siglo XX se llamaron y se siguen llamando a sí mismos “repúblicas” o “democracias populares”. En Venezuela, los intelectuales que redactaron la Constitución vigente, a tono con la moda del día le pusieron “democracia participativa y protagónica”, “estado social de derecho y de justicia” y otras alhajas. A mí me suena mejor lo de República Bolivariana; considero suficiente como ideal el de Bolívar y sus gobiernos paternales, prefigurado en el proyecto de Angostura y, como usted sabe, nunca plenamente aprobado por el  Congreso homónimo, “admirable”, por lo demás, como todo congreso…
G. P. Pero, luego de su pertinente aclaración (y de su “admirable” ironía), ¿a usted no le parece el modo de producción socialista mejor, más justo que el modo de producción capitalista?
I. D. A nuestra edad y en nuestra Edad, amigo periodista (sic!), sabemos que constituyen dos experimentos fallidos: el capital, como dijo lapidariamente Carlos Marx, nace chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza. Pero, no sólo es que nace, sino que crece y se reproduce y aún muere de la misma manera, lo sabemos. Y en cuanto al socialismo, necesario es decir que incluso Marx apenas sabía cómo debía describirlo, y Fidel Castro repite que nadie sabe a ciencia cierta de qué se trata.  
Pero, en todo caso, al margen de lo que uno pudiera imaginar como socialismo, si se mira lo acontecido en los países socialistas del siglo XX, en los países del entonces llamado “socialismo real”, lo allí ocurrido se parece mucho y, en casos,  aun supera al proceso de despojo más monstruoso de la Historia, el de la llamada acumulación originaria del capital o “revolución industrial”: la expropiación masiva de los pequeños propietarios en la ciudad y el campo. El socialismo de Estado, al igual que el capitalismo de Estado o el capitalismo corporativo, representan, a través de métodos diversos, la misma expropiación total, que sobreviene cuando han desaparecido todas las salvaguardas políticas y legales de la propiedad, las primeras de ellas, las que atañen a sus limitaciones. Pues, los grandes  capitalistas fungen siempre como los primeros entre los partidarios de la propiedad privada, pero, como dice Chesterton, es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. Pues, si es verdad que la propiedad es, escuetamente, el arte de la democracia… que cada hombre debiera poseer algo que él pueda modelar a su imagen y semejanza, ello sólo es posible si la propiedad se mantiene dentro de límites rigurosos y aun estrechos.
G. P. ¿Está usted contra las expropiaciones adelantadas en Venezuela por el gobierno bolivariano?
I. D. Claro que no! La expropiación en la tradición española y más aún como aparece definida en todas las Constituciones venezolanas involucra el móvil de la utilidad pública, es un acto del poder legítimo y nada tiene que ver con la violencia que, por definición, sólo puede ejercitarse por una minoría contra la mayoría de la población. De contera, toda expropiación en Venezuela exige una indemnización. Trátase de una intervención a todas luces justa para poder hacer propietarios a todos, fundamento de la democracia, como lo reconocía ya el gran Miranda, entre otros. Venezuela entera fue confiscada por un  puñado de oligarcas, desde los llanos hasta los cerros; hasta la propia Caracas, donde no hay materialmente lugar para construir viviendas y los pobres viven en desfiladeros inhabitables.
G. P. ¿Entonces?
I. D. Mire usted. El asunto no es robar a los ladrones con la disculpa de que “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. No. Así, el Estado se convertiría a su vez en ladrón. No se trata de despojar a los despojadores, sino de “lograr que las masas desposeídas por la sociedad industrial en los sistemas capitalistas y socialistas, puedan recobrar la propiedad.  Sólo por esta razón ya es falsa la alternativa entre capitalismo y socialismo”. Así pensaba Hannah Arendt, y así lo creo.
G. P. ¿Cree usted que Chávez se pasó de ingenuo al pensar que la única cosa con que puede reemplazarse y superarse el capitalismo es el socialismo?
I. D. Así lo creí en un primer momento, pero, la experiencia me ha enseñado, como a Descartes (¡ejem!), a desconfiar de mis percepciones y aun de mis juicios inmediatos. Sobre todo, cuando ello me pone en contradicción con Chávez, pues, cuando lo pienso mejor, casi siempre termino siendo yo el equivocado. El Presidente suele ir unos metros delante de todos los venezolanos, incluyendo a este pobre entrevistado.
G. P. ¡Ajá! Pero…?
I. D. Marx y Lenin pensaban lo mismo, usted lo sabe. Y hasta ahora, nadie ha conseguido demostrar que estuviesen equivocados. Por el contrario, los que interpretaron la caída del socialismo soviético como un resurgimiento del capitalismo y de la democracia burguesa -“fin de la historia”-, gracias a Dios han tenido que tragarse sus palabras: las últimas  crisis no parecen vislumbrar el próximo fin de la historia pero, quizá sí el del capitalismo. Y así como no puede asegurarse hoy que el futuro será necesariamente socialista -como repite incesante el himno de la Internacional- tampoco existe razón válida para aseverar lo contrario, para negar esta posibilidad. Paciencia y más paciencia, dijo Bolívar.
G. P. ¿Bromea usted?
I. D. Para nada, hombre. Si el socialismo resultara ser, a la postre, como creía Marx, el punto de llegada de la sociedad industrial iniciada por el capitalismo; si éste, en su última etapa, fuese sólo la antesala de la revolución social, como creía Lenin, habrá que mantenerlo bajo control para evitar que degenere hasta llegar a las deformaciones del socialismo del siglo XX, a veces, verdaderamente monstruosas. Por ejemplo, la economía no puede estar controlada por un puñado de oligarcas en  capacidad de decidir si la mayoría come o se muere de hambre, como ocurría en la Venezuela puntofijista y como -¡gracias a la revolución!- sólo en parte, continúa ocurriendo ahora. Por eso, la intervención del Estado revolucionario ha resultado no sólo inevitable, sino deseable y aun auspiciosa. El pueblo tiene motivos de sobra para bendecirla. Pero, es evidente que ésta sólo puede ser temporal, pues un Estado convertido en el Gran Patrono haría peor el remedio que la enfermedad. A la larga, será preciso sustraer la economía a la intervención del Gobierno y descentralizarla, en el sentido de la democracia directa y verdadera. Pues, en últimas, lo que protege a la libertad es la división entre el poder gubernamental y el económico, como ocurre hoy en la Venezuela bolivariana, cuyo Estado y cuya Constitución, por fortuna, no son burgueses, no son “superestructuras”, que dicen los marxistas. Al mantenimiento de esta división fundamental, a esta sana y maravillosa polarización, se deben los todavía insuficientes, pero altamente significativos sucesos alcanzados por la revolución bolivariana en lo que a  justicia social o distributiva se refiere, en apenas una década.
G. P. Pero, el socialismo…
I. D. Mire, Germán… déjeme llamarlo por su nombre: En el fondo, yo no creo que el socialismo –como lo hemos conocido hasta hoy- sea el remedio para esa enfermedad que es el capitalismo y, mucho menos creo que el capitalismo pueda ser una alternativa al socialismo. Pero,  además, esa pugna no me parece tan importante, en tanto se reduce –lo repito- a una disputa entre sistemas o estilos económicos o “modos de producción”, en lenguaje de Marx, que sólo afecta al desarrollo productivo, para el cual son igualmente obstructivas la dictadura de la burguesía capitalista o la de los funcionarios en el socialismo de Estado.
Lo que nos interesa a los hijos de Miranda y de Bolívar es la cuestión política, el tipo de Estado, la Constitución, las leyes. La protección de las libertades civiles, la garantía de eso que algunos llaman todavía “libertades burguesas”, y que para nosotros son libertad, a secas: libertad de palabra, de reunión, de expresión, de prensa (¡no importa cuánto se abuse de ella!), que han de quedar siempre preservadas por las leyes, bien se trate de un gobierno burgués o de uno socialista o comunista. En este sentido, el enemigo será siempre el totalitarismo, no importa si “democrático” o autoritario; el adversario a detener será siempre el fascismo. Bien se trate de un vetero-fascismo tipo hitleriano o soviético, o bien del nuevo fascismo “democrático”, consumista, de la civilización tecnológica.
En el socialismo bolivariano -¡especie única!-, al contrario de lo que afirman la oposición doméstica y la dictadura mediática mundial, el ejercicio de todas las libertades está garantizado más que en ningún otro país del planeta… Incluida aquella licencia que, desgraciadamente, trasnocha hoy por igual a ricos y a pobres, a tirios y a troyanos, a la que Hannah Arendt aludía con risueña amargura, a saber: “la libertad de lograr más dinero del que uno necesita.”  Valete.

TETA-VELETA (Sólo para homosexuales)

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“TETA-VELETA“
                                                (Sólo para homosexuales)


En primer lugar, vaya mi respetuoso saludo fraterno… En todos los casos, sin embargo, empiezo por advertir que mi aproximación al tema no puede ser sino indirecta, toda vez que, mis preferencias sexuales son del tipo corriente y ordinario, llamado a suscitar, a lo que veo, cada día menos interés. Para colmo de males, mi pobre ideario parece apartarme por igual de todas las corrientes modernas y destinarme, más bien, a un anacronismo irremediable. Por todo ello, en realidad, invito a un diálogo, a un provechoso diálogo entre posturas disímiles.

Me queda sí, traer a la memoria conversaciones con amigos homosexuales y, como siempre, referencias literarias y epistolares, a veces de gran valor testimonial. Así, esta especie de carta abierta tendrá que limitarse, en lo fundamental, a expresar algunos interrogantes, compartidos, quizá, por una parte de los lectores.

Gays?

Mi indagación libresca empieza por mi viejo Larousse: no aparece el vocablo. Mejor consuelo encuentro con la palabra, gayo, ya. El vetusto lexicón de la Academia revela que el adjetivo deriva del antiguo alto-alemán gahi, y significa alegre, vistoso…Equivalente, por otras averiguaciones, al francés gai, e. O, más directamente, al inglés gay, alegre, festivo, ufano, llamativo, etc. Nada en el alemán moderno se le parece. En ningún idioma he podido hallar acepción que relacione el término con asunto sexual alguno. ¿Qué hacer, ahora? Sin remedio, observar, y utilizar la imaginación… Y esos  “alegre, vistoso, ufano”, referidos a alguien  distinto de uno mismo, sólo se tornan evidentes si alguien los exhibe, los pone delante de mi percepción.

El llamado “movimiento gay”, que por estos días celebra el “día del orgullo gay”, ostenta la exposición o la exhibición de su peculiar condición sexual, como rasgo característico. Así lo denotan expresiones como “salir del closet”, “lanzarse a la calle”, “tirarse al ruedo”, etc., todas relacionadas con un ponerse en evidencia, un dejarse ver que no implica necesariamente, ni en todos los casos, un morbo exhibicionista. Pero, no todos los homosexuales, bisexuales, transexuales, etc., están dispuestos a exponer ante el público su particular preferencia sexual, con el resultado de que los gays más conspicuos tachen por insinceros a los discretos, que muchas veces apelan al disimulo sólo para evitar ser discriminados, perseguidos, marginados y aun asesinados por los paleo-fascistas.

De cualquier forma, todos los voceros coinciden en afirmar, casi siempre con orgullo, que el número de los no heterosexuales es mucho mayor del que se aprecia en las manifestaciones públicas del movimiento gay y mayor aún del que parece registrado en las estadísticas.

Continúa la investigación en otras fuentes

El que esto escribe, hombre de su época,  a esta altura ha podido conocer a buena cantidad de  personas de condición sexual heterodoxa, entre ellas, algunos amigos y amigas de superior talento e inteligencia…Recuerdo ahora cantantes, pintores, poetas, artesanos, peluqueros de renombre y gente del cine; mas, como suele suceder, el campo se dilata con el cúmulo de experiencias indirectas. Desde esta doble perspectiva, quiero proponer a mis amables lectores, especialmente, a mis lectores homosexuales, algunas sencillas inquietudes.

Lorca y Cernuda

Vamos a referirnos a un grupo de artistas eximios, poetas todos, si bien, los más descollaron asimismo en terrenos como el cine, el drama, la literatura e incluso el periodismo. Buscadores de la verdad y hombres completos, que lucharon en contra de los poderes fácticos impuestos sobre la voluntad de sus pueblos y militaron siempre en las filas de la denuncia, rechazo y condena del capitalismo, desde  distintos lugares y tiempos.

El primero, Federico García Lorca, el insigne poeta de Granada que, a pesar de su muerte prematura, se yergue como una de las voces más sonoras de la lengua española de todas las épocas. Hombre de poderosa inspiración, había recibido en abundancia aquel don ilustre que hace del verdadero poeta un ser extraordinario “que ilumina las palabras opacas por el oculto fuego originario”.
 
De su carácter extrovertido y jocundo dejaron testimonio cuantos le conocieron, desde Buñuel hasta el mismo Cernuda, homosexual como Federico, que en su hermosa elegía, clamó sin temor a la hipérbole: “La sal de nuestro mundo eras,/Vivo estabas como un rayo de sol”. Exquisita sensibilidad y talento sin par el de Lorca, que resonaba con profundos acentos e inaudita elocuencia, bien hablase por medio del romance medieval español y universal, bien lo hiciese cantando en once sílabas, como los poetas del Siglo de Oro, o recurriendo al verso libre de rima y de medida del vanguardismo surrealista. En el horrendo crimen que convirtió al cantor en héroe, al parecer no solo intervinieron motivos políticos, sino otros relacionados con su homosexualidad, como que aquella muerte, victoria del “triste odio de los hombres”, se produjo “entre tus propias gentes/ Y, por las mismas manos/ Que un día servilmente te halagaron”. Y, a lo peor, sin la ausencia completa de aquellos “radiantes mancebos que vivo tanto amaste… Desnudos cuerpos bellos que se llevan tras de sí los deseos”, pero que “sólo encierran amargo zumo”, pues “no alberga su espíritu un destello de amor ni de alto pensamiento”.

Con estos pocos datos a la mano, podría uno preguntarse si este hombre tan festivo que, al decir de muchos, era la fiesta misma, si este hombre que destilaba alegría, ¿era, entonces, un gay? Por supuesto que si, dirán algunos… ¿Acaso no es lo mismo? ¿Acaso éste no es término que ha de aplicarse a todos? Que no, habría respondido probablemente Federico, quizá en tono airado, como el que empleó en su extraña “Oda a Walt Whitman”, al excluir a un grupo numeroso de camaradas sexualmente afines y, sin embargo:

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
Gotas de sucia muerte con amargo veneno,
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de México,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
Abiertos en las playas con fiebre de abanico
O emboscados en yertos paisajes de cicuta…

Y, como para acrecentar la confusión de los ignorantes, tras la convencida y casi delirante condena de estos “maricas”, de cuyos ojos – según sigue diciendo– mana la muerte y “agrupa flores grises en la orilla del cieno”, alerta a sus hermanos, “los confundidos, los puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes”, para que, sin demora, les “cierren las puertas de la bacanal”.

El siguiente convidado es Luís Cernuda, quizá el último gran poeta del amor erótico en esta misma lengua de Castilla, miembro destacado, junto a Lorca, Alberti, Aleixandre, Salinas y don Jorge Guillén, de aquella gloriosa Generación del 27, agrupada en torno a la memoria del gran poeta cordobés don Luis de Góngora… Hasta en el más conocido y popular de sus poemas, hay notas que evocan grandes momentos del idioma:

Te quiero…
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.

Más allá de toda particularidad sexual, hay aquí una declaración de amor verdadero, de verdadero amor, de amor eterno; el mismo a que aludía en su hora un Quevedo esperanzado:

Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Cernuda dio la cara, proclamó su homosexualidad afrontando con valor duradero, la incomprensión, el rechazo, la persecución. Pero, al final, sólo encontró la soledad, el desamor, el contraste terrible entre “la realidad y el deseo”, el no querer volver, no querer recordar “un instante feliz entre tormentos, sino morir aún más, arrancar una sombra, olvidar un olvido”… Y luego, como único consuelo, la mística, la mística española de siempre:

No destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de tus manos;
Sálvala con tu amor, donde no prevalezcan
En ella las tinieblas con su astucia profunda,
Y témplala con tu fuego, hasta que pueda un día
Embeberse en la luz por ti creada (…)
Tras esta noche oscura vendrá el alba
Y hallaremos en ti resurrección y vida.
Para que entre la luz, abrid las puertas.

Pasolini y Testori

Pier Paolo Pasolini y Giovanni Testori son nuestros contemporáneos. Sólo una generación nos separa de ellos: padres o, simplemente, hermanos mayores del que emborrona estos párrafos. No hay aquí prohibiciones o persecuciones políticas, pues, la época plena de sus vidas trascurrió en la Italia de la post-guerra, en la Italia post-fascista, que desembocaría en el hedonismo consumista y en el neocapitalismo, aún hoy absolutamente hegemónicos. Comunista, el uno, católico el otro, jamás transigieron con el poder mundano, y rehusaron siempre el triste papel de bufones mercenarios de la burguesía. Entrambos, desde su diferente perspectiva, gozaron de la pública celebridad que, ya para entonces – ¡los tiempos cambian! – no paraba mientes en su homosexualidad, ni veía en ella óbice para dejar de apreciar su talento.

Ello no obstante, hubo Pasolini de cargar con su particular erotismo, como con un fardo pesado y doloroso: En primer lugar, la angustia de quien vive “una doble existencia”, la del “hijo modelo, consuelo de sus padres, alumno ideal”, por un lado. Por otro, la del que experimenta el deseo “hasta su más miserable cotidianidad”, hasta “no poder resignarse  –terrible palabra– a la castidad”, hasta sentir “una desesperación irresistible por un muchacho sentado sobre un muro y dejado atrás, desde el tranvía para siempre”… Aquel deseo vulgar que lo arrastraba, llegado el momento, a gastar en quienquiera que fuese su infaltable “reserva de perversión malvada y fósil”. Su libido fue, según sus propias palabras, “una cruz”, y un peso que, a veces, logró halarlo hasta el fondo. Y esta “ambigüedad” lo acompañó siempre, hasta su muerte, asesinado vilmente, en un caso que, tanto pudo tener de crimen político, como de reyerta pasional, afeado, además, por señas inequívocas de tortura e impiedad.

“Yo nací para ser sereno, equilibrado y natural –escribió en 1.950 a Silvana Mauri. Mi homosexualidad era algo de más, estaba afuera, nada tenía que ver conmigo, nunca la sentí dentro de mí”. Pasolini confiesa a su amiga que “tenía tres años y medio cuando sentí por primera vez aquella atracción dulcísima y violentísima que luego me ha quedado siempre igual, ciega y tétrica como un fósil. Entonces no tenía un nombre, pero era tan fuerte e irresistible, que tuve que inventarlo yo: fue teta- veleta, y te lo escribo temblando, tanto miedo me inspira este nombre terrible, inventado por un niño de tres años enamorado de un muchacho de trece; este nombre de fetiche primordial, repugnante y tierno”. Pier Paolo, el magnífico cineasta,  escritor genial e iluminado poeta, vivió su homosexualidad como una neurosis terrible que, a sus 19 años, casi lo llevó hasta el suicidio, y que, quizá, tampoco estuvo ausente en su trance postrero, en 1.975. Tenía, entonces, 53 años.

Apenas un año menor que Pasolini, nacido en 1.923, el famoso escritor, poeta  y dramaturgo Giovanni Testori jamás ocultó su catolicismo militante, como no lo hiciera el gran cineasta con su militancia en el Partido Comunista Italiano (P.C.I.). Tampoco escondió su homosexualidad, frente a la cual fue incluso menos ambiguo. Como se sabe, los comunistas nunca han considerado la “liberación sexual”, como parte de la lucha por el socialismo; en esta materia, aun Marx y el propio Lenin han sido tachados recientemente de conservadores. Y el gran poeta marxista Bertold Brecht, frente a toda exposición pública de los sentimientos, asumía una actitud más bien peregrina: 

Solemos reprochar a los homosexuales sus modales afeminados y la actitud ridícula que asumen al hablar con sus amigos. Pero, ¿acaso se comportan de otra manera los hombres con las mujeres? Deberíamos combatir los modales afeminados y la exhibición de sentimientos, en cualquier circunstancia en que se presenten, o tolerarlos, allí donde se presenten.

Pero, a Testori la situación se le presentó cada vez más difícil, en razón de la conocida postura de la Iglesia católica frente a “las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo”. La Iglesia ha mantenido siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida, no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual y no pueden recibir aprobación en ningún caso (…) La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo, la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada”. Qué les queda entonces a los homosexuales? ¿Qué les ofrece a estos hermanos, la Iglesia? Estas personas “están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.

Giovanni Testori dejó testimonio frente a censuras eclesiales, como la que en 1.992 emitió la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el cardenal Ratzinger -hoy papa Benedicto XVI-, que considera justo discriminar a los homosexuales en “la adopción y custodia de niños, en la contratación de profesores e instructores, o en el reclutamiento de militares”. Entrevistado al respecto, dijo el poeta: “No me sorprende. La condena de la homosexualidad está escrita en el sexto mandamiento…Pero, en la Iglesia, la entereza moral está unida al perdón. La Iglesia hace bien en proponer de nuevo la rigidez moral, a pesar de que esta condena me caiga encima a mí y trastorne ulteriormente mi propia paz”. ¿Cómo ha vivido su homosexualidad? “Más que vivido, la he padecido –dice Testori. No he sido capaz de rechazar mi propia homosexualidad y  he terminado por aceptarla con dolor y desesperación. Nunca la he ocultado, pero, tampoco exhibido. Sólo a mis padres no les dije nada, y soy feliz porque nunca lo supieron. Ante la sociedad he vivido con desesperación, con el valor que da la desesperación. Excluyo salir de la Iglesia, porque para mí la Iglesia es Cristo y a Cristo lo llevo dentro de mí; he excluido asimismo el suicidio  -que me tentó cuando era joven-, pues comprendí que era un pecado más grande que el berenjenal en que he vivido”. ¿Por qué insiste tanto en calificarse a sí mismo como un “desesperado”? “Siento angustia, agonía. La vida para mí siempre fue agonía, como si cada día fuera el último, cada noche la última, cada beso el último, cada blasfemia la última”. Ha conocido usted al cardenal Ratzinger? “Sí. Es tan rígido en los temas abstractos como lleno de amor por los individuos. Dice vade retro al pecado, no al pecador”. La condena de la homosexualidad está en un documento  dirigido a los obispos norteamericanos: ¿Qué piensa Ud. de Estados Unidos? “Lo peor que existe en Occidente llega de allá. Allá la vida es  solamente dinero y poder. El mundo debería responder, pero eso es lo que no sabemos hacer. Pido a todos que nos empobrezcamos y que renunciemos al dinero por amor, en vez de continuar hablando de homosexualidad”… ¡Conformes!  Quod scripsi, scripsi.

LA IGLESIA YA NO ES NADA

ANÁLISIS DEL FILÓSOFO GERMÁN PINTO SAAVEDRA: LA IGLESIA YA NO ES NADA




german pinto
Todas las dificultades de la Iglesia vienen de que en el mundo moderno ella también ha sufrido una modernización llegando a ser tan solo una religión para ricos ,una religión de ricos, una especie de religión superior para clases superiores de la sociedad y de la nación; una miserable especie de religión para gentes notoriamente distinguidas. 

                                                       Pèguy


El Sujeto
He aquí, simplemente  un intento de contemplar la realidad política en curso, desde la mirada ingenua del pueblo, quiero decir, de los más pobres. De aquellos que a sus urgentes necesidades materiales agregan siempre –Deo gratias! – sus graves  carencias de instrucción escolar y una extraña distracción en lo que a sus  derechos se refiere.
 Un punto de vista ubicado inconmensurablemente lejos del partido intelectual, de sus vertientes de izquierda y de derecha, tan ajenas ambas al pensar y al sentir del pueblo llano que, en cambio, valora altísimo el silencio, la docilidad y la conmovedora elocuencia de una frente inclinada, de un sombrero apretado contra el pecho.
Atisbar cuanto sucede con aquella mirada precientífica, desescolarizada, anterior a toda crítica, a cualquier ironía, otear alrededor con los ojos de los menesterosos de siempre y hablar con sus palabras y su boca…eso es todo.
Revolución y Contrarrevolución
 Animados por el más elemental sentido de justicia, los pobres de Venezuela – visibles aún las cicatrices de la última matanza– abrazaron al líder de una frustrada rebelión militar. Armados de una poderosa intuición que hasta la fecha no los ha abandonado mantuvieron su apoyo al hombre que seis años más tarde se convertiría, por obra y gracia de un pueblo que por fin descubrió el valor de la cédula electoral, en el Presidente Chávez.
Las cosas sucedieron demasiado rápido como para que la plutocracia degenerada y corrupta que usurpaba el poder sempiterno alcanzase a medir las consecuencias y a disponer lo que corresponde en estos casos, es decir, el homicidio.
 Fracasado todo intento por domesticar al “zambo” y ante la imposibilidad de quebrantar su ascendiente sobre el pueblo, la oligarquía concentró todo su esfuerzo en el golpe de Estado, contando para ello con el más absoluto respaldo del gobierno de los Estados Unidos, de todas sus instituciones, de sus agencias de espionaje y aun de sus propios patronos, las empresas transnacionales.
 En medio de todo este juego turbio a que recurre una burguesía degradada y en último grado de desesperación ha entrado en escena, ahora desembozadamente, un factor de poder cuya naturaleza misma le obliga usualmente a actuar tras bambalinas.
 Ahora, tristemente, melancólicamente, absurdamente, la Iglesia  católica, a través de sus voceros y representantes autorizados, ha saltado a la palestra, de la mano de la masonería y actuando absolutamente bajo su égida.
La Iglesia entregada al poder mundano
Aunque de parte de la mayoría de los voceros intelectuales de la revolución se ataca  a la Iglesia con lugares comunes y manidos clichés, heredados de la Ilustración y la Enciclopedia, es decir, se la ataca simple y llanamente por ser la depositaria de una tradición que nunca se ha conformado con los valores del mundo, en rigor, se trata de otra cosa.
Ningún católico tendría nada que objetar a los obispos venezolanos si de lo que se tratase fuera de la defensa de la doctrina tradicional subyacente en las Sagradas Escrituras, en la Tradición o el Magisterio de la Iglesia. Nada habría que oponer si se tratase de salvaguardar el “depositum fidei”, aunque alrededor se hiciese ensordecedor el coro de las voces que tumultuosamente denostasen a la Iglesia por reaccionaria, antimoderna, antidemocrática, oscurantista, incluso, por irracional y absurda.
Pero, en realidad, el asunto es muy otro. Desde que el imperio pasó a manos anglosajonas, el poderío mediático mundial ha gastado y desgastado sus armas de infamia contra Roma. A Pablo VI y a Juan Pablo II se les utilizó para farandulear, pero, se les condenó por su oposición al aborto, a la contracepción artificial, a la “fertilización in vitro”, al matrimonio de los curas, a la ordenación de sacerdotisas; por su defensa del peculiar gobierno monárquico de la Iglesia, por su intransigencia frente al liberalismo económico o frente al marxismo, etc. En una palabra, por sus posturas anti-modernas.
Pero, en definitiva, tampoco se trata de esto. La Conferencia Episcopal Venezolana no ha gastado ni un cartucho en defensa de la doctrina o de la libertad de la Iglesia que, por lo demás, en ningún momento se ha visto amenazada. La iglesia, a través de sus voceros oficiales, sólo se ha enfrentado al gobierno bolivariano en defensa de los intereses de la oligarquía venezolana, apelando a sus mismos argumentos y recurriendo a sus propias mentiras y calumnias, convertida en mamarracho de los medios y en cómplice furtivo de su labor desmoralizadora, embrutecedora y liquidadora de la cultura y de la fé.
La Iglesia venezolana vs. Benedicto XVI
Que cuando el Papa se encuentra con los medios se halla en territorio enemigo es apenas un dato de la realidad que a nadie alcanza a sorprender. Su presencia durante la V Conferencia General del CELAM en Aparecida, hace tres años, no fué la excepción y, por supuesto, Benedicto XVI fue sometido al escarnio  por los mismos medios masivos de difusión que cubren de oprobio permanentemente al presidente Chávez, a Fidel Castro, a Evo Morales, a la revolución iraní, a Rusia o a China…
Esta vez, el puñado de empresas transnacionales que monopolizan la información aparecieron disfrazadas de amigos de los indios americanos contra el supuesto archienemigo, el Papa, a quien no se le perdona la defensa de la obra misionera de la Iglesia  en nuestro continente mestizo, emprendida cinco siglos atrás.
Menos aún, su ataque a cierto fundamentalismo indigenista (nunca a los pueblos indígenas!), ideología que, en su negación del aporte esencial del cristianismo, acaba por ignorar “la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo…”
En contraste, lo que se dejó por fuera de toda reseña periodística equivale a un lamentable silencio sobre lo esencial. Por ejemplo:
·         La denuncia del carácter inicuo de “la economía liberal de algunos países latinoamericanos”, donde “siguen aumentando las sectores sociales agobiados por una enorme pobreza e incluso expoliados de los propios bienes naturales”.

·         El combate contra el prejuicio ideológico ateo, común a los sistemas marxistas y a los capitalistas, que reduce el concepto de realidad sólo a “los bienes materiales, a los problemas sociales, económicos y políticos”.

·         El reconocimiento de la necesidad urgente de remover las estructuras que crean injusticia y suplantarlas por estructuras justas, y de la indispensable precedencia de la moralidad individual, ante el fracaso de las promesas del capitalismo como del marxismo, cuyas estructuras, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas y fomentarían el surgimiento de una suerte de moralidad común que tornaría innecesarias aquellas virtudes ciudadanas sin las cuales, para nuestro Libertador – recordémoslo – ningún sistema era viable.

Por otra parte, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse mediante un trabajo político que no es competencia inmediata de la Iglesia, pues, “si la Iglesia comenzara a transformarse en sujeto político –insiste el Papa– perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única política y con posiciones parciales opinables”, como lamentablemente ha ocurrido ya en Venezuela.
El Becerro de Oro
El sucio maridaje de la Iglesia católica institucional con la burguesía parasitaria venezolana ha acarreado consecuencias desastrosas para el país y para la Iglesia.
Y necesario es reconocer –con suma tristeza, por lo demás- que en este feo consorcio ha correspondido a la primera, gracias a su encopetada clerigalla, el papel de subordinada de la plutocracia empacadora y traficante cuyo poder se mantiene, por desgracia, todavía casi intacto en la República bolivariana.
La Iglesia venezolana, la que pública y notoriamente cuenta, la que declara, la que asume la vocería en nombre de todos los feligreses, la Iglesia degradada, la Iglesia política, bajo la revolución bolivariana ya no es lo que fue de hecho durante la IV República, es decir, la religión oficial del Estado oligárquico. Pero, no ha dejado de ser la religión oficial de la burguesía.
Se apartó por propia voluntad del Estado revolucionario, que no solo nunca la ha perseguido, sino que continúa favoreciéndola con aportes que anualmente montan varios millones de dólares. Su participación cotidiana en la conspiración para derrocar al gobierno del presidente Chávez, la ha llevado de narices a la complicidad criminal. Ningún vicio le es ajeno, desde los pecados de la lengua (la mentira, la hipocresía, la injuria, la calumnia, la difamación, la deshonra, etc.), pasando por los feos pecados del bajo vientre, hasta aquella su pasión desenfrenada, verdaderamente episcopal por el dinero.
“La Iglesia ya no es nada” –decía Péguy, hace más de cien años. Tenía ante sí el espectáculo de una Iglesia degradada que había perdido ya toda influencia sobre el pueblo, gracias a sus posturas tozudamente contrarrevolucionarias, a su defensa a ultranza del antiguo régimen. El pueblo no le abriría de nuevo las puertas “a menos que, como todo el mundo, hiciese los gastos de una revolución económica, social, industrial; de una revolución temporal para lograr la salud eterna”.
Como se sabe, la Iglesia de Francia nunca quiso hacer el gasto y quedó reducida a una cofradía minoritaria y desprestigiada, llena de edificios y palacios vacíos que apenas si recuerdan una vieja opulencia, y un puñado de magnificas catedrales, deshabitadas de fieles y convertidas hoy en colosales piezas de museo sobre las cuales se desliza la mirada inconsciente y estúpida del “turismo internacional”, con el espíritu vacío, pero con los bolsillos llenos de dinero.
Empero, más allá o más acá del repugnante vasallaje de la Iglesia ante el poder mundano, hay una triste realidad de carácter religioso, en la base de la actual crisis económica y social, una realidad que, no importa donde miremos sobre la faz de la tierra, nos conducirá infaliblemente a los pies del Sinaí… a contemplar allí el terrible espectáculo de un pueblo con el corazón mordido por la idolatría, adorando el Becerro de Oro, encabezado por sus propios sacerdotes.
La versión moderna de esta idolatría, “en su furor, la más grosera y en su mentira, la más inverosímil”, brutal como la época que la ha engendrado, no precisa de símbolos, ni siquiera del símbolo grosero ante el que se postraron los antiguos judíos. Es simplemente el amor al dinero, bajo sus dos rostros archiconocidos: La codicia y la avaricia… La Iglesia, simplemente, es parte de la comedia.

viernes, 28 de octubre de 2011

LA MUERTE DE GADAFI Y LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA

Claro que pueblo libio no acabó con Gadafi. Pero, más allá de los mártires de la resistencia en Sirte, quiénes salieron a defenderlo? Escribo, con "temor y temblor" y, con unos deseos infinitos de equivocarme. Qué se hizo. por ejemplo el pueblo de Trípoli, el que más espléndidos beneficios había recibido de Gadafi y de su revolución verde, como para exhibir un nivel de vida europeo, pletórico de hedonismo consumista, y lleno de altares por todos lados, sobre todo, en cada hogar y en cada corazoncito berebere, a la única diosa que ejerce su dominio por igual entre socialistas y liberales, cristianos y musulmanes, creyentes y ateos, es decir, la diosa tecnología, acompañada de confort y opulencia? Andaban quizá muy preocupados por que regrese cuanto antes la paz -como sea!- para que los niños no se perjudiquen y puedan regresar cuanto antes a la escuela, con nuevos profesores, en caso de que los anteriores hayan muerto o estén encarcelados. Aparentemente, nada de malo hay en usar la renta petrolera para mejorar las condiciones de vida del pueblo y para que el socialismo resulte "humanamente gratificante". Pero, ¿revolución sin sacrificio, sin esfuerzo, tranquila y cómoda, como una partida de Bridge? ¿Quién sabe? Creo, con la "Virgen roja", que quien reclama y exige y aun lucha por los pobres, sin ser o haberse hecho voluntariamente él mismo, pobre, quizá sólo sea un oportunista, un logrero que utiliza el sufrimiento ajeno en su propio beneficio. Si otro intento de golpe de estado encuentra a los cuadros del PSUV y a los altos funcionarios del Estado viviendo en Petare o Las Adjuntas o en cualquiera de las barriadas de Venezuela o con los pobres del campo, compartiendo su hambre o su pan, su modesto techo y condiciones de vida... ¿Quién podrá contra el pueblo? Pero, si ocurre como la vez pasada, que a los líderes los capturaron en sus apartamentos y mediante denuncia o "sapeo" de sus propios vecinos de urbanización pequeñoburguesa, los mismos que los habían escarnecido a la salida de restaurantes y centros comerciales días antes del golpe, estaremos jodidos. Coletilla: Cuántos funcionarios de la revolución se tratan sus dolencias en la Misión Barrio Adentro, de la mano de un buen médico cubano, y como testimonio contra el famoso HCM, tan ineficiente como escandalosamente oneroso para el Estado popular, como que sostenerlo le cuesta decenas de veces lo que cuesta toda la Misión Barrio Adentro... ¡Qué vaina, carajo! Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé... dijo el poeta. ¡Y, no sólo los físicos o los de Estado!

LA REPUBLICA Y EL CONTINENTE MESTIZO



Os hablo de lo que significa el hispanismo como elemento creador de signos que aún pueden dar fisonomía a nuestra América criolla, visiblemente amenazada de ruina por el imperialismo yanqui y por el entreguismo criollo.
 Mario Briceño Iragorri


La primera lucha por la Justicia

Por estos días, hace quinientos años, un domingo antes de la Navidad de 1.511, en una rústica iglesia de la isla Española, un fraile dominico llamado Antonio Montesinos profirió el primer grito en nombre de la libertad humana en el Nuevo Mundo, contra el trato que daban a los indios sus compatriotas españoles. Comentando el texto bíblico “Soy una voz que clama en el desierto”, arrojó en pleno rostro de una audiencia conformada  por “la mejor sociedad” de la primera ciudad española establecida en el Nuevo Mundo, un sermón  revolucionario que constituye, según Pedro Henríquez Ureña, uno de los mayores acontecimientos en la historia espiritual de la humanidad. “Yo soy la voz de Cristo, que clama en el desierto de esta isla, y esta voz dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas gentes inocentes (…) ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?“

La homilía intentaba –nos dice el gran historiador norteamericano Lewis Hanke- conmover y aterrorizar a los oyentes, pero estuvo tan lejos de convencerlos de sus injusticias “como lo estaría en nuestros días un seminarista que pronunciara una filípica en Wall Street acerca del texto bíblico “Si quieres alcanzar el reino de los cielos, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres.” Por el contrario, los pobladores exigieron de inmediato, ante el gobernador Diego Colón y ante el Superior de la Orden una retractación solemne o la expulsión del fraile.  El vicario contestó que su predicador había hablado en nombre de la comunidad de dominicos, pero, prometió que Montesinos predicaría el domingo siguiente sobre el mismo asunto y “los colonizadores se retiraron creyendo que habían ganado la partida.”

El domingo siguiente, ante una iglesia abarrotada de notables, Montesinos “procedió a atacar de nuevo a los pobladores, incluso más apasionadamente que antes, advirtiéndoles que los dominicos no los confesarían ni absolverían más que si fueran ladrones de caminos. Y que podían escribir a la patria lo que quisieran y a quienes quisieran.” Este fue el primer paso en la exitosa lucha española por la justicia en la conquista de América que, proseguida por por Fray Bartolomé de las Casas, culminaría en la expedición de ese monumento insuperable de humanidad que son las Leyes de Indias, en la teología política de Vitoria y Suárez, fundante del moderno derecho internacional, y en el credo republicano, que guió y continúa guiando nuestra lucha por la independencia.

Todo esto y mucho más ha contribuido a alimentar la creencia tradicional en que la fe  de nuestros mayores vivos y muertos  resulta inseparable del reconocimiento del valor de la hispanidad, entendida ésta, simplemente, como el “carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura españolas”. La afirmación implica directamente al núcleo de venezolanos que todavía se sienten verdaderamente felices y dan aún gracias a Dios por haber nacido en un país de tradición católica y de habla española, como Venezuela, donde los pitiyanquis cargan con la hispanidad a pesar suyo, como si se tratase de una mácula, de una carencia o de un defecto despreciable. La utilidad de la observación radica en que tal vez no sea sano ni justo tirar por la borda la herencia española y, menos aún, hacerlo so capa de defender la Patria, pues, entre otros problemas, tendríamos que lidiar con el nada menudo de dejar por fuera, o incorporar sólo tras mutilación previa, a personas y personajes muy queridos de nuestra historia venezolana y latinoamericana, que la revolución bolivariana reclama vindicar.

Al respecto, pareciera oportuno convocar, en primer término, a Simón Bolívar. Como se sabe, con el fin de execrar la crueldad y las barbaridades de los conquistadores, el Libertador se  apoya en “la relación del Obispo de Chiapas, apóstol de la América, Las Casas, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario”. Pero, había también allí, de acuerdo con el  caraqueño, además del  filantrópico obispo, suficiente número de personas respetables y de sublimes historiadores, gobierno y contemporáneos del común ante quienes valía y valió la pena denunciar todos esos abusos. Así mismo, el Padre de la Patria da a entender que hubo un dilatado período, probablemente, el que media entre la época de la Conquista y la llegada de los ilustrados Borbones, durante el cual “un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza, nos venía de España...” Seis años más tarde, vísperas de Carabobo, declarará en generosos términos los mismos sentimientos, en carta dirigida al entonces Rey constitucional Fernando VII, a quien el triunfo de la Revolución liberal en España había obligado a iniciar negociaciones de paz con los patriotas americanos: “Permítame V.M. dirigir al trono del amor y de la ley el sufragio reverente de mi más sincera congratulación por el advenimiento de V.M. al imperio más libre y grande del primer continente del universo.”


Evangelización, aculturación,  mestizaje

El ideal supremo de Bolívar, que lo singulariza y engrandece entre todos los próceres de la Independencia, hunde raíces en su clara conciencia continental. Precisamente, el de “formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo”. El fundamento que lo proyecta lejos en el tiempo,  hasta “alguna época dichosa de nuestra regeneración”, pero, ajeno a todo sueño o utopía, lo había aportado España: “Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse.” El propósito era y es viable, entre otras razones, ¡porque ya estuvo plasmado en la realidad de los hechos durante más de trescientos años!

La homogeneidad cultural a la que aludía el Libertador era la  concreción de un proyecto a gran escala. Prueba, como lo resalta un ilustre neogranadino, “que la colonización española no fue hecha al azar, ni tampoco al impulso de las variantes circunstancias históricas, sino que obedeció a un criterio permanente, a una idea preestablecida de lo que debería ser el Nuevo Mundo, idea que se mantuvo en vigor durante un tiempo suficientemente largo para que lograra arraigar y perdurar“. El inevitable triunfo militar donde, en innúmeras ocasiones, se derrochó valor por parte y parte, no hubiese bastado a consolidar la paz y la estabilidad de la nueva sociedad implantada. Por eso, razón tienen los indigenistas cuando atribuyen (¡sólo que en repudio!) a la obra misionera de la Iglesia, papel aún más decisivo que el de las armas para el éxito de las conquistas. De no haber sido por el progreso fulgurante de la evangelización, difícilmente hubiese perdurado su dominio, habida cuenta de las tendencias de los españoles a enfrentarse entre sí y a debilitar por ello mismo su capacidad de lucha, para no hablar de la probable intervención de otras naciones europeas, no menos ávidas que lo fuera la española.

“Los frailes –dice Claudio Esteva- fueron el recurso humano más profundamente estabilizador de la conquista española y, hablando metafóricamente, causaron más bajas a la resistencia indígena que podían lograrlo las fuerzas militares. El éxito en la guerra ideológica constituyó, así, el medio principal de la victoria militar, precisamente porque socavó las convicciones que permitían justificar las resistencias indígenas a los españoles.” Frente a la codicia insaciable de la que con tanta frecuencia dieron muestra los conquistadores, el mensaje cristiano exaltaba la humildad en el ser y el premio en la otra vida, y condenaba la violencia contra las personas, de todo lo cual, constituían los frailes ejemplo sin par en sus propias personas y con sus renuncias personales a los bienes temporales.

Los misioneros condenaron radicalmente la antropofagia ritual, extendida  a todo lo largo del continente, pero especialmente entre las civilizaciones más avanzadas de Mesoamérica. Particularmente, fueron implacables contra los privilegios canibalísticos de las clases altas, pues, al carácter de “hecatombe permanente” que llegó a alcanzar el sacrificio humano –millares  se ofrecían anualmente a las divinidades en solo México- se agregaba el monopolio en el consumo de estas carnes, reservado sólo a los guerreros que capturaban a sus prisioneros y a los pochteca o comerciantes, que los adquirían como esclavos en los mercados. Aparte, pues, su valor simbólico y su correspondiente justificación ritual, en la práctica sólo podían comer de este manjar los que disponían de poder militar, eclesiástico y civil, al punto que, como expresa Motolinía, a los humildes sólo les alcanzaba un bocadillo.

La masiva participación de las bases sociales indígenas, profundamente religiosas, en esta especie de holocausto perpetuo estaba garantizada por “el temor de que sus dioses las desposeyeran de sus recursos o las hicieran objeto de castigos terribles que sólo una permanente devoción idolátrica les permitía conjurar”. Los sacerdotes prehispánicos por lo general resultan señalados en forma condenatoria por los misioneros, que solían ver en ellos tan sólo a “embaucadores que explotaban a su favor y privilegio la ingenuidad aterrorizada de los humildes indígenas”. Éstos soportaban con su presencia y apoyo místico aquellas liturgias “demoníacas” donde “se bailaba escandalosamente, se producían borracheras y se ingerían hongos alucinógenos que alienaban la conciencia de estas gentes, cuya conducta en el estado normal de su vida cotidiana arranca de los religiosos toda suerte de elogios.

Fray Toribio de Benavente, apóstol de la evangelización de los mejicanos, por ejemplo, los consideraba pacíficos, de buena razón y dotados de conciencia equilibrada sobre las cosas; le agradaban sus comidas y delicados modales al consumirlas, en silencio y evitando hacer ruidos, sus frecuentes abstinencias y su escaso apetito por las riquezas; le impresionaba favorablemente el hallarlos carentes de rencores, obedientes a sus superiores, propensos a ignorar agravios, sinceros en el decir, de gran ingenio, de entendimiento vivo, sosegado y controlado en sus actos. Motolinia les reconoce, además, notable habilidad para los oficios, muy buena memoria, “y aunque son descuidados en agradecer los favores, sin embargo, no los olvidan.”

Los frailes franciscanos, dominicos y jesuitas lucharon exitosamente contra la opresión de los viejos señores indígenas, apoyada en una religión “demoníaca”, y más duramente aún contra la esclavitud y malos tratos de los españoles, civiles y militares, que habiendo alcanzado la razón y la fe de su experiencia, sin embargo, actuaban con tal injusticia. Empero, no dejaron de reconocer “al respecto que estos comportamientos de maltrato a los indios eran sólo cuestión de unos cuantos españoles, pues, la mayor parte de éstos ajustaba sus relaciones con aquellos a la conciencia cristiana.”

El llamado proceso de aculturación, más allá o más acá  de lo ocurrido en los terrenos de la religión y de la moral, abarcó intensivamente todos los órdenes de la existencia de los pueblos indígenas: tecnología, modos de vestir, plantas y animales útiles, organización social y política, lenguaje y hasta modos de pensar. Y si el proceso de  “cristianización” sucedió con admirable rapidez (para 1.540, apenas dieciséis años después de la llegada de los primeros franciscanos, habían recibido el bautismo, quince millones de personas, una verdadera multitud constituida por 12 naciones y 11 lenguas diferentes), no sorprenden menos los cambios ocurridos en otros campos. Sobre observaciones hechas en Mesoamérica, las crónicas registran de qué manera los indios empezaron a contar de acuerdo con el nacimiento de Cristo, sembraron nuevos cultígenos, trigo, frutales, legumbres, verduras, aprendieron a edificar con nuevos materiales, usaron animales de tiro y de monta, aumentaron la productividad económica, se aficionaron al transporte en carretas, aprendieron lectura y escritura, canto y música, pero, también nuevos oficios, entre otros, la pintura, el batimiento de oro, la curtiduría, la fundición, la platería, la herrería, la sastrería, la zapatería, la carpintería y la albañilería.                               

El tema del mestizaje, nos retrotrae a Venezuela, de la mano del escritor Arturo Uslar Pietri, campeón de su defensa, como corresponde bien a un hijo de este pueblo, mestizo por excelencia, en donde la sangrienta guerra de independencia tuvo por momentos carácter racial y segó bien temprano la fuente de abastecimiento de hombres de raza blanca que constituía la metrópoli. Para éste, sin embargo, el mestizaje sanguíneo, el surgimiento en la historia de una raza verdaderamente nueva en el mundo, fruto del cruzamiento de individuos de los pueblos de España, principalmente andaluces y extremeños, con individuos de pueblos cuya existencia desconocía por completo el Viejo Mundo, no es lo más importante. La presencia física del mestizo le interesa más como símbolo material de la síntesis plasmada a partir del siglo XVI, a que aludimos de manera más o menos inconsciente cada vez que decimos América Latina.

“Se mezclaron los españoles y portugueses con los indios y los negros -dice. Esto tiene su innegable importancia antropológica y política, pero el gran proceso creador del mestizaje americano no estuvo ni puede estar limitado al mero mestizaje sanguíneo.” Le interesa lo que él llama “mestizaje cultural”, esencia del mundo nuevo que, desde su mismo inicio lo fuera el Nuevo Mundo, “por la lengua, por la cocina, por las costumbres”, y cuyo símbolo encuentra Uslar en el niño mestizo, hijo de un célebre capitán español y una noble mujer incaica, que más tarde escribiría los famosos Comentarios Reales bajo el mismo nombre de su padre: el primer escritor americano, Garcilaso de la Vega.

Recuerda asimismo que la independencia de la América Hispana sólo pudo ser concebida por el Libertador “como la consecuencia del hecho de existir una personalidad histórica diferente con un destino distinto al de Europa”, cuyos derechos históricos proclama con solemnidad en el Discurso de Angostura: “…no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles.” Cuatro años antes, en Jamaica, ya había formulado el mismo pensamiento: “Nosotros somos un pequeño género humano, poseemos un mundo aparte…” Ese “pequeño género humano” –concluye el escritor- era la única base de su pretensión a un destino histórico para América Latina.


La tradición literaria

Lo que el responsable de estos párrafos ha intentado condensar aquí es apenas el eco de un postura que recorre toda la historia republicana de Venezuela, ocupando la inteligencia y la voluntad de una lista interminable de escritores y hombres de letras, sin distingos de ideología o religión. El indigenismo fundamentalista hoy en boga, al parecer, carece por lo menos de tradición. Por tal motivo, parece apropiado preguntarse, ahora que vuelve a estar en juego el destino de la Patria ante la feroz acometida del poder hegemónico mundial, encabezado por los Estados Unidos y agenciado en Venezuela por una oposición antinacional y sin escrúpulos, si no es la hora de abrir las puertas y los brazos de la Venezuela bolivariana para que en ella tengan también cabida, quizá en las últimas filas del auditorio, los patriotas que, como Bolívar y Miranda, no aciertan a ver en Colón a un malhechor, sino más bien al realizador de una hazaña providencial que dio principio a un Nuevo Mundo, nuestro continente mestizo, nuestra América, la de Darío y Martí.   

Allí también las mujeres de “feminismo moderado”, como reclamaba serlo Teresa de la Parra, de corazón inmenso, como para abrigar allí, sin contradicción posible, a Doña Marina o la Malinche, princesa indígena, mujer del gran conquistador Hernán Cortés  y a Ñusta Isabel, la madre india de Garcilaso; a  la Reina Isabel, la Católica y a Sor Juana Inés de la Cruz; a la Virgen María y a Manuelita Sáenz… Para completar, enamorada de los tiempos coloniales por el más “reprochable” de los motivos: ¡El notable parecido de esta época con la Edad Media europea!

O, su buen amigo, Enrique Bernardo Núñez, el brillante cronista de Caracas y escritor eximio que, leal a lo acontecido, nos recuerda que, si el Valle de Caracas y sus contornos está cubierto con los nombres de los primitivos caciques y naciones que lo habitaban: Catia, Catuche, Anauco, Tamanaco, Baruta, Chacao, los Mariches, etc., ello se debe sólo al cuidado y afición de los conquistadores españoles, pues, en éstos hubo no pocas veces piedad, interés y hasta admiración por los vencidos. Tristemente, en cambio, hay pruebas de que “el odio de los conquistados entre sí fue más implacable”, como lo demuestra el empalamiento de los caciques Mariches por alguno de los grupos de indios “amigos” de Margarita, de Píritu, El Tocuyo, Coro o Barquisimeto, que sirvieron eficazmente a los conquistadores de los Caracas. Indios amigos asimismo fueron “los que guiaron a los españoles a los refugios o escondites de Guaycaipuro y de Paramaconi…”

¿No deberíamos asimismo exaltar entera la figura de Andrés Eloy Blanco, nuestro poeta nacional, de cuya reciente y enjundiosa antología ha quedado excluido su celebrado Canto a España? ¿Dónde ponemos a Pérez Bonalde, a Lazo Martí… A los poetas grandes de Hispanoamérica, los románticos y los telúricos, los populares, los modernistas y los posmodernistas? ¿Qué hacer con Pombo, el poeta nacional de Colombia y con José Asunción Silva, con Darío y Valencia, Martí y  Herrera y Reissig , López Velarde y el otro López, el gran Tuerto de Cartagena de Indias?…¿Acaso vamos a aplicarles el criterio clasista y superestructural, o, el rasero burgués de la moda para dejarlos sepultados en la oscuridad del pasado, como estuvieron Bolívar y Simón Rodríguez y el resto de figuras de nuestra gesta nacional, hasta cuando un Chávez, empecinado y casi en solitario, los puso de nuevo al frente de la batalla?

Hemos de terminar. Concédasenos, al menos, la licencia de cerrar estos párrafos con palabras de don Mario Briceño Iragorri, de valor provisorio como todas las verdades históricas, pero, cuya necesidad se acuerda perfectamente con la urgencia de la hora presente:

Los Padres de la Patria hispanoamericana defendieron el sentido de la España que en estos mares había logrado la democrática fusión de los pueblos indo-afro-hispánicos, condenados sin remedio al coloniaje político de ingleses o de angloamericanos, si no hubieran conquistado para ellos los signos de la república. La propia guerra de independencia no fue, pues, sino una gran batalla ganada por el viejo hispanismo contra las fuerzas extrañas que empujaban el velamen de los antiguos piratas. Antiguos piratas siempre nuevos y feroces en el horizonte de la Patria americana, cuyas sombras se empeñan en no ver los mercaderes que abastecen las naves del peligro.