ANÁLISIS DEL FILÓSOFO GERMÁN PINTO SAAVEDRA: LA IGLESIA YA NO ES NADA

Todas las dificultades de la Iglesia vienen de que en el mundo moderno ella también ha sufrido una modernización llegando a ser tan solo una religión para ricos ,una religión de ricos, una especie de religión superior para clases superiores de la sociedad y de la nación; una miserable especie de religión para gentes notoriamente distinguidas.
Pèguy
Pèguy
El Sujeto
He aquí, simplemente un intento de contemplar la realidad política en curso, desde la mirada ingenua del pueblo, quiero decir, de los más pobres. De aquellos que a sus urgentes necesidades materiales agregan siempre –Deo gratias! – sus graves carencias de instrucción escolar y una extraña distracción en lo que a sus derechos se refiere.
Un punto de vista ubicado inconmensurablemente lejos del partido intelectual, de sus vertientes de izquierda y de derecha, tan ajenas ambas al pensar y al sentir del pueblo llano que, en cambio, valora altísimo el silencio, la docilidad y la conmovedora elocuencia de una frente inclinada, de un sombrero apretado contra el pecho.
Un punto de vista ubicado inconmensurablemente lejos del partido intelectual, de sus vertientes de izquierda y de derecha, tan ajenas ambas al pensar y al sentir del pueblo llano que, en cambio, valora altísimo el silencio, la docilidad y la conmovedora elocuencia de una frente inclinada, de un sombrero apretado contra el pecho.
Atisbar cuanto sucede con aquella mirada precientífica, desescolarizada, anterior a toda crítica, a cualquier ironía, otear alrededor con los ojos de los menesterosos de siempre y hablar con sus palabras y su boca…eso es todo.
Revolución y Contrarrevolución
Animados por el más elemental sentido de justicia, los pobres de Venezuela – visibles aún las cicatrices de la última matanza– abrazaron al líder de una frustrada rebelión militar. Armados de una poderosa intuición que hasta la fecha no los ha abandonado mantuvieron su apoyo al hombre que seis años más tarde se convertiría, por obra y gracia de un pueblo que por fin descubrió el valor de la cédula electoral, en el Presidente Chávez.
Animados por el más elemental sentido de justicia, los pobres de Venezuela – visibles aún las cicatrices de la última matanza– abrazaron al líder de una frustrada rebelión militar. Armados de una poderosa intuición que hasta la fecha no los ha abandonado mantuvieron su apoyo al hombre que seis años más tarde se convertiría, por obra y gracia de un pueblo que por fin descubrió el valor de la cédula electoral, en el Presidente Chávez.
Las cosas sucedieron demasiado rápido como para que la plutocracia degenerada y corrupta que usurpaba el poder sempiterno alcanzase a medir las consecuencias y a disponer lo que corresponde en estos casos, es decir, el homicidio.
Fracasado todo intento por domesticar al “zambo” y ante la imposibilidad de quebrantar su ascendiente sobre el pueblo, la oligarquía concentró todo su esfuerzo en el golpe de Estado, contando para ello con el más absoluto respaldo del gobierno de los Estados Unidos, de todas sus instituciones, de sus agencias de espionaje y aun de sus propios patronos, las empresas transnacionales.
Fracasado todo intento por domesticar al “zambo” y ante la imposibilidad de quebrantar su ascendiente sobre el pueblo, la oligarquía concentró todo su esfuerzo en el golpe de Estado, contando para ello con el más absoluto respaldo del gobierno de los Estados Unidos, de todas sus instituciones, de sus agencias de espionaje y aun de sus propios patronos, las empresas transnacionales.
En medio de todo este juego turbio a que recurre una burguesía degradada y en último grado de desesperación ha entrado en escena, ahora desembozadamente, un factor de poder cuya naturaleza misma le obliga usualmente a actuar tras bambalinas.
Ahora, tristemente, melancólicamente, absurdamente, la Iglesia católica, a través de sus voceros y representantes autorizados, ha saltado a la palestra, de la mano de la masonería y actuando absolutamente bajo su égida.
La Iglesia entregada al poder mundano
Aunque de parte de la mayoría de los voceros intelectuales de la revolución se ataca a la Iglesia con lugares comunes y manidos clichés, heredados de la Ilustración y la Enciclopedia, es decir, se la ataca simple y llanamente por ser la depositaria de una tradición que nunca se ha conformado con los valores del mundo, en rigor, se trata de otra cosa.
Ningún católico tendría nada que objetar a los obispos venezolanos si de lo que se tratase fuera de la defensa de la doctrina tradicional subyacente en las Sagradas Escrituras, en la Tradición o el Magisterio de la Iglesia. Nada habría que oponer si se tratase de salvaguardar el “depositum fidei”, aunque alrededor se hiciese ensordecedor el coro de las voces que tumultuosamente denostasen a la Iglesia por reaccionaria, antimoderna, antidemocrática, oscurantista, incluso, por irracional y absurda.
Pero, en realidad, el asunto es muy otro. Desde que el imperio pasó a manos anglosajonas, el poderío mediático mundial ha gastado y desgastado sus armas de infamia contra Roma. A Pablo VI y a Juan Pablo II se les utilizó para farandulear, pero, se les condenó por su oposición al aborto, a la contracepción artificial, a la “fertilización in vitro”, al matrimonio de los curas, a la ordenación de sacerdotisas; por su defensa del peculiar gobierno monárquico de la Iglesia, por su intransigencia frente al liberalismo económico o frente al marxismo, etc. En una palabra, por sus posturas anti-modernas.
Pero, en definitiva, tampoco se trata de esto. La Conferencia Episcopal Venezolana no ha gastado ni un cartucho en defensa de la doctrina o de la libertad de la Iglesia que, por lo demás, en ningún momento se ha visto amenazada. La iglesia, a través de sus voceros oficiales, sólo se ha enfrentado al gobierno bolivariano en defensa de los intereses de la oligarquía venezolana, apelando a sus mismos argumentos y recurriendo a sus propias mentiras y calumnias, convertida en mamarracho de los medios y en cómplice furtivo de su labor desmoralizadora, embrutecedora y liquidadora de la cultura y de la fé.
La Iglesia venezolana vs. Benedicto XVI
Que cuando el Papa se encuentra con los medios se halla en territorio enemigo es apenas un dato de la realidad que a nadie alcanza a sorprender. Su presencia durante la V Conferencia General del CELAM en Aparecida, hace tres años, no fué la excepción y, por supuesto, Benedicto XVI fue sometido al escarnio por los mismos medios masivos de difusión que cubren de oprobio permanentemente al presidente Chávez, a Fidel Castro, a Evo Morales, a la revolución iraní, a Rusia o a China…
Esta vez, el puñado de empresas transnacionales que monopolizan la información aparecieron disfrazadas de amigos de los indios americanos contra el supuesto archienemigo, el Papa, a quien no se le perdona la defensa de la obra misionera de la Iglesia en nuestro continente mestizo, emprendida cinco siglos atrás.
Menos aún, su ataque a cierto fundamentalismo indigenista (nunca a los pueblos indígenas!), ideología que, en su negación del aporte esencial del cristianismo, acaba por ignorar “la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo…”
En contraste, lo que se dejó por fuera de toda reseña periodística equivale a un lamentable silencio sobre lo esencial. Por ejemplo:
· La denuncia del carácter inicuo de “la economía liberal de algunos países latinoamericanos”, donde “siguen aumentando las sectores sociales agobiados por una enorme pobreza e incluso expoliados de los propios bienes naturales”.
· El combate contra el prejuicio ideológico ateo, común a los sistemas marxistas y a los capitalistas, que reduce el concepto de realidad sólo a “los bienes materiales, a los problemas sociales, económicos y políticos”.
· El reconocimiento de la necesidad urgente de remover las estructuras que crean injusticia y suplantarlas por estructuras justas, y de la indispensable precedencia de la moralidad individual, ante el fracaso de las promesas del capitalismo como del marxismo, cuyas estructuras, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas y fomentarían el surgimiento de una suerte de moralidad común que tornaría innecesarias aquellas virtudes ciudadanas sin las cuales, para nuestro Libertador – recordémoslo – ningún sistema era viable.
Por otra parte, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse mediante un trabajo político que no es competencia inmediata de la Iglesia, pues, “si la Iglesia comenzara a transformarse en sujeto político –insiste el Papa– perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única política y con posiciones parciales opinables”, como lamentablemente ha ocurrido ya en Venezuela.
El Becerro de Oro
El sucio maridaje de la Iglesia católica institucional con la burguesía parasitaria venezolana ha acarreado consecuencias desastrosas para el país y para la Iglesia.
Y necesario es reconocer –con suma tristeza, por lo demás- que en este feo consorcio ha correspondido a la primera, gracias a su encopetada clerigalla, el papel de subordinada de la plutocracia empacadora y traficante cuyo poder se mantiene, por desgracia, todavía casi intacto en la República bolivariana.
La Iglesia venezolana, la que pública y notoriamente cuenta, la que declara, la que asume la vocería en nombre de todos los feligreses, la Iglesia degradada, la Iglesia política, bajo la revolución bolivariana ya no es lo que fue de hecho durante la IV República, es decir, la religión oficial del Estado oligárquico. Pero, no ha dejado de ser la religión oficial de la burguesía.
Se apartó por propia voluntad del Estado revolucionario, que no solo nunca la ha perseguido, sino que continúa favoreciéndola con aportes que anualmente montan varios millones de dólares. Su participación cotidiana en la conspiración para derrocar al gobierno del presidente Chávez, la ha llevado de narices a la complicidad criminal. Ningún vicio le es ajeno, desde los pecados de la lengua (la mentira, la hipocresía, la injuria, la calumnia, la difamación, la deshonra, etc.), pasando por los feos pecados del bajo vientre, hasta aquella su pasión desenfrenada, verdaderamente episcopal por el dinero.
“La Iglesia ya no es nada” –decía Péguy, hace más de cien años. Tenía ante sí el espectáculo de una Iglesia degradada que había perdido ya toda influencia sobre el pueblo, gracias a sus posturas tozudamente contrarrevolucionarias, a su defensa a ultranza del antiguo régimen. El pueblo no le abriría de nuevo las puertas “a menos que, como todo el mundo, hiciese los gastos de una revolución económica, social, industrial; de una revolución temporal para lograr la salud eterna”.
Como se sabe, la Iglesia de Francia nunca quiso hacer el gasto y quedó reducida a una cofradía minoritaria y desprestigiada, llena de edificios y palacios vacíos que apenas si recuerdan una vieja opulencia, y un puñado de magnificas catedrales, deshabitadas de fieles y convertidas hoy en colosales piezas de museo sobre las cuales se desliza la mirada inconsciente y estúpida del “turismo internacional”, con el espíritu vacío, pero con los bolsillos llenos de dinero.
Empero, más allá o más acá del repugnante vasallaje de la Iglesia ante el poder mundano, hay una triste realidad de carácter religioso, en la base de la actual crisis económica y social, una realidad que, no importa donde miremos sobre la faz de la tierra, nos conducirá infaliblemente a los pies del Sinaí… a contemplar allí el terrible espectáculo de un pueblo con el corazón mordido por la idolatría, adorando el Becerro de Oro, encabezado por sus propios sacerdotes.
La versión moderna de esta idolatría, “en su furor, la más grosera y en su mentira, la más inverosímil”, brutal como la época que la ha engendrado, no precisa de símbolos, ni siquiera del símbolo grosero ante el que se postraron los antiguos judíos. Es simplemente el amor al dinero, bajo sus dos rostros archiconocidos: La codicia y la avaricia… La Iglesia, simplemente, es parte de la comedia.
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