lunes, 31 de octubre de 2011

TETA-VELETA (Sólo para homosexuales)

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“TETA-VELETA“
                                                (Sólo para homosexuales)


En primer lugar, vaya mi respetuoso saludo fraterno… En todos los casos, sin embargo, empiezo por advertir que mi aproximación al tema no puede ser sino indirecta, toda vez que, mis preferencias sexuales son del tipo corriente y ordinario, llamado a suscitar, a lo que veo, cada día menos interés. Para colmo de males, mi pobre ideario parece apartarme por igual de todas las corrientes modernas y destinarme, más bien, a un anacronismo irremediable. Por todo ello, en realidad, invito a un diálogo, a un provechoso diálogo entre posturas disímiles.

Me queda sí, traer a la memoria conversaciones con amigos homosexuales y, como siempre, referencias literarias y epistolares, a veces de gran valor testimonial. Así, esta especie de carta abierta tendrá que limitarse, en lo fundamental, a expresar algunos interrogantes, compartidos, quizá, por una parte de los lectores.

Gays?

Mi indagación libresca empieza por mi viejo Larousse: no aparece el vocablo. Mejor consuelo encuentro con la palabra, gayo, ya. El vetusto lexicón de la Academia revela que el adjetivo deriva del antiguo alto-alemán gahi, y significa alegre, vistoso…Equivalente, por otras averiguaciones, al francés gai, e. O, más directamente, al inglés gay, alegre, festivo, ufano, llamativo, etc. Nada en el alemán moderno se le parece. En ningún idioma he podido hallar acepción que relacione el término con asunto sexual alguno. ¿Qué hacer, ahora? Sin remedio, observar, y utilizar la imaginación… Y esos  “alegre, vistoso, ufano”, referidos a alguien  distinto de uno mismo, sólo se tornan evidentes si alguien los exhibe, los pone delante de mi percepción.

El llamado “movimiento gay”, que por estos días celebra el “día del orgullo gay”, ostenta la exposición o la exhibición de su peculiar condición sexual, como rasgo característico. Así lo denotan expresiones como “salir del closet”, “lanzarse a la calle”, “tirarse al ruedo”, etc., todas relacionadas con un ponerse en evidencia, un dejarse ver que no implica necesariamente, ni en todos los casos, un morbo exhibicionista. Pero, no todos los homosexuales, bisexuales, transexuales, etc., están dispuestos a exponer ante el público su particular preferencia sexual, con el resultado de que los gays más conspicuos tachen por insinceros a los discretos, que muchas veces apelan al disimulo sólo para evitar ser discriminados, perseguidos, marginados y aun asesinados por los paleo-fascistas.

De cualquier forma, todos los voceros coinciden en afirmar, casi siempre con orgullo, que el número de los no heterosexuales es mucho mayor del que se aprecia en las manifestaciones públicas del movimiento gay y mayor aún del que parece registrado en las estadísticas.

Continúa la investigación en otras fuentes

El que esto escribe, hombre de su época,  a esta altura ha podido conocer a buena cantidad de  personas de condición sexual heterodoxa, entre ellas, algunos amigos y amigas de superior talento e inteligencia…Recuerdo ahora cantantes, pintores, poetas, artesanos, peluqueros de renombre y gente del cine; mas, como suele suceder, el campo se dilata con el cúmulo de experiencias indirectas. Desde esta doble perspectiva, quiero proponer a mis amables lectores, especialmente, a mis lectores homosexuales, algunas sencillas inquietudes.

Lorca y Cernuda

Vamos a referirnos a un grupo de artistas eximios, poetas todos, si bien, los más descollaron asimismo en terrenos como el cine, el drama, la literatura e incluso el periodismo. Buscadores de la verdad y hombres completos, que lucharon en contra de los poderes fácticos impuestos sobre la voluntad de sus pueblos y militaron siempre en las filas de la denuncia, rechazo y condena del capitalismo, desde  distintos lugares y tiempos.

El primero, Federico García Lorca, el insigne poeta de Granada que, a pesar de su muerte prematura, se yergue como una de las voces más sonoras de la lengua española de todas las épocas. Hombre de poderosa inspiración, había recibido en abundancia aquel don ilustre que hace del verdadero poeta un ser extraordinario “que ilumina las palabras opacas por el oculto fuego originario”.
 
De su carácter extrovertido y jocundo dejaron testimonio cuantos le conocieron, desde Buñuel hasta el mismo Cernuda, homosexual como Federico, que en su hermosa elegía, clamó sin temor a la hipérbole: “La sal de nuestro mundo eras,/Vivo estabas como un rayo de sol”. Exquisita sensibilidad y talento sin par el de Lorca, que resonaba con profundos acentos e inaudita elocuencia, bien hablase por medio del romance medieval español y universal, bien lo hiciese cantando en once sílabas, como los poetas del Siglo de Oro, o recurriendo al verso libre de rima y de medida del vanguardismo surrealista. En el horrendo crimen que convirtió al cantor en héroe, al parecer no solo intervinieron motivos políticos, sino otros relacionados con su homosexualidad, como que aquella muerte, victoria del “triste odio de los hombres”, se produjo “entre tus propias gentes/ Y, por las mismas manos/ Que un día servilmente te halagaron”. Y, a lo peor, sin la ausencia completa de aquellos “radiantes mancebos que vivo tanto amaste… Desnudos cuerpos bellos que se llevan tras de sí los deseos”, pero que “sólo encierran amargo zumo”, pues “no alberga su espíritu un destello de amor ni de alto pensamiento”.

Con estos pocos datos a la mano, podría uno preguntarse si este hombre tan festivo que, al decir de muchos, era la fiesta misma, si este hombre que destilaba alegría, ¿era, entonces, un gay? Por supuesto que si, dirán algunos… ¿Acaso no es lo mismo? ¿Acaso éste no es término que ha de aplicarse a todos? Que no, habría respondido probablemente Federico, quizá en tono airado, como el que empleó en su extraña “Oda a Walt Whitman”, al excluir a un grupo numeroso de camaradas sexualmente afines y, sin embargo:

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
Gotas de sucia muerte con amargo veneno,
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de México,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
Abiertos en las playas con fiebre de abanico
O emboscados en yertos paisajes de cicuta…

Y, como para acrecentar la confusión de los ignorantes, tras la convencida y casi delirante condena de estos “maricas”, de cuyos ojos – según sigue diciendo– mana la muerte y “agrupa flores grises en la orilla del cieno”, alerta a sus hermanos, “los confundidos, los puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes”, para que, sin demora, les “cierren las puertas de la bacanal”.

El siguiente convidado es Luís Cernuda, quizá el último gran poeta del amor erótico en esta misma lengua de Castilla, miembro destacado, junto a Lorca, Alberti, Aleixandre, Salinas y don Jorge Guillén, de aquella gloriosa Generación del 27, agrupada en torno a la memoria del gran poeta cordobés don Luis de Góngora… Hasta en el más conocido y popular de sus poemas, hay notas que evocan grandes momentos del idioma:

Te quiero…
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.

Más allá de toda particularidad sexual, hay aquí una declaración de amor verdadero, de verdadero amor, de amor eterno; el mismo a que aludía en su hora un Quevedo esperanzado:

Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Cernuda dio la cara, proclamó su homosexualidad afrontando con valor duradero, la incomprensión, el rechazo, la persecución. Pero, al final, sólo encontró la soledad, el desamor, el contraste terrible entre “la realidad y el deseo”, el no querer volver, no querer recordar “un instante feliz entre tormentos, sino morir aún más, arrancar una sombra, olvidar un olvido”… Y luego, como único consuelo, la mística, la mística española de siempre:

No destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de tus manos;
Sálvala con tu amor, donde no prevalezcan
En ella las tinieblas con su astucia profunda,
Y témplala con tu fuego, hasta que pueda un día
Embeberse en la luz por ti creada (…)
Tras esta noche oscura vendrá el alba
Y hallaremos en ti resurrección y vida.
Para que entre la luz, abrid las puertas.

Pasolini y Testori

Pier Paolo Pasolini y Giovanni Testori son nuestros contemporáneos. Sólo una generación nos separa de ellos: padres o, simplemente, hermanos mayores del que emborrona estos párrafos. No hay aquí prohibiciones o persecuciones políticas, pues, la época plena de sus vidas trascurrió en la Italia de la post-guerra, en la Italia post-fascista, que desembocaría en el hedonismo consumista y en el neocapitalismo, aún hoy absolutamente hegemónicos. Comunista, el uno, católico el otro, jamás transigieron con el poder mundano, y rehusaron siempre el triste papel de bufones mercenarios de la burguesía. Entrambos, desde su diferente perspectiva, gozaron de la pública celebridad que, ya para entonces – ¡los tiempos cambian! – no paraba mientes en su homosexualidad, ni veía en ella óbice para dejar de apreciar su talento.

Ello no obstante, hubo Pasolini de cargar con su particular erotismo, como con un fardo pesado y doloroso: En primer lugar, la angustia de quien vive “una doble existencia”, la del “hijo modelo, consuelo de sus padres, alumno ideal”, por un lado. Por otro, la del que experimenta el deseo “hasta su más miserable cotidianidad”, hasta “no poder resignarse  –terrible palabra– a la castidad”, hasta sentir “una desesperación irresistible por un muchacho sentado sobre un muro y dejado atrás, desde el tranvía para siempre”… Aquel deseo vulgar que lo arrastraba, llegado el momento, a gastar en quienquiera que fuese su infaltable “reserva de perversión malvada y fósil”. Su libido fue, según sus propias palabras, “una cruz”, y un peso que, a veces, logró halarlo hasta el fondo. Y esta “ambigüedad” lo acompañó siempre, hasta su muerte, asesinado vilmente, en un caso que, tanto pudo tener de crimen político, como de reyerta pasional, afeado, además, por señas inequívocas de tortura e impiedad.

“Yo nací para ser sereno, equilibrado y natural –escribió en 1.950 a Silvana Mauri. Mi homosexualidad era algo de más, estaba afuera, nada tenía que ver conmigo, nunca la sentí dentro de mí”. Pasolini confiesa a su amiga que “tenía tres años y medio cuando sentí por primera vez aquella atracción dulcísima y violentísima que luego me ha quedado siempre igual, ciega y tétrica como un fósil. Entonces no tenía un nombre, pero era tan fuerte e irresistible, que tuve que inventarlo yo: fue teta- veleta, y te lo escribo temblando, tanto miedo me inspira este nombre terrible, inventado por un niño de tres años enamorado de un muchacho de trece; este nombre de fetiche primordial, repugnante y tierno”. Pier Paolo, el magnífico cineasta,  escritor genial e iluminado poeta, vivió su homosexualidad como una neurosis terrible que, a sus 19 años, casi lo llevó hasta el suicidio, y que, quizá, tampoco estuvo ausente en su trance postrero, en 1.975. Tenía, entonces, 53 años.

Apenas un año menor que Pasolini, nacido en 1.923, el famoso escritor, poeta  y dramaturgo Giovanni Testori jamás ocultó su catolicismo militante, como no lo hiciera el gran cineasta con su militancia en el Partido Comunista Italiano (P.C.I.). Tampoco escondió su homosexualidad, frente a la cual fue incluso menos ambiguo. Como se sabe, los comunistas nunca han considerado la “liberación sexual”, como parte de la lucha por el socialismo; en esta materia, aun Marx y el propio Lenin han sido tachados recientemente de conservadores. Y el gran poeta marxista Bertold Brecht, frente a toda exposición pública de los sentimientos, asumía una actitud más bien peregrina: 

Solemos reprochar a los homosexuales sus modales afeminados y la actitud ridícula que asumen al hablar con sus amigos. Pero, ¿acaso se comportan de otra manera los hombres con las mujeres? Deberíamos combatir los modales afeminados y la exhibición de sentimientos, en cualquier circunstancia en que se presenten, o tolerarlos, allí donde se presenten.

Pero, a Testori la situación se le presentó cada vez más difícil, en razón de la conocida postura de la Iglesia católica frente a “las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo”. La Iglesia ha mantenido siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida, no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual y no pueden recibir aprobación en ningún caso (…) La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo, la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada”. Qué les queda entonces a los homosexuales? ¿Qué les ofrece a estos hermanos, la Iglesia? Estas personas “están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.

Giovanni Testori dejó testimonio frente a censuras eclesiales, como la que en 1.992 emitió la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el cardenal Ratzinger -hoy papa Benedicto XVI-, que considera justo discriminar a los homosexuales en “la adopción y custodia de niños, en la contratación de profesores e instructores, o en el reclutamiento de militares”. Entrevistado al respecto, dijo el poeta: “No me sorprende. La condena de la homosexualidad está escrita en el sexto mandamiento…Pero, en la Iglesia, la entereza moral está unida al perdón. La Iglesia hace bien en proponer de nuevo la rigidez moral, a pesar de que esta condena me caiga encima a mí y trastorne ulteriormente mi propia paz”. ¿Cómo ha vivido su homosexualidad? “Más que vivido, la he padecido –dice Testori. No he sido capaz de rechazar mi propia homosexualidad y  he terminado por aceptarla con dolor y desesperación. Nunca la he ocultado, pero, tampoco exhibido. Sólo a mis padres no les dije nada, y soy feliz porque nunca lo supieron. Ante la sociedad he vivido con desesperación, con el valor que da la desesperación. Excluyo salir de la Iglesia, porque para mí la Iglesia es Cristo y a Cristo lo llevo dentro de mí; he excluido asimismo el suicidio  -que me tentó cuando era joven-, pues comprendí que era un pecado más grande que el berenjenal en que he vivido”. ¿Por qué insiste tanto en calificarse a sí mismo como un “desesperado”? “Siento angustia, agonía. La vida para mí siempre fue agonía, como si cada día fuera el último, cada noche la última, cada beso el último, cada blasfemia la última”. Ha conocido usted al cardenal Ratzinger? “Sí. Es tan rígido en los temas abstractos como lleno de amor por los individuos. Dice vade retro al pecado, no al pecador”. La condena de la homosexualidad está en un documento  dirigido a los obispos norteamericanos: ¿Qué piensa Ud. de Estados Unidos? “Lo peor que existe en Occidente llega de allá. Allá la vida es  solamente dinero y poder. El mundo debería responder, pero eso es lo que no sabemos hacer. Pido a todos que nos empobrezcamos y que renunciemos al dinero por amor, en vez de continuar hablando de homosexualidad”… ¡Conformes!  Quod scripsi, scripsi.

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