miércoles, 16 de noviembre de 2011

NUESTRA HISTORIA Y UN FAMOSO COMPLEJO

La matriz iluminista y sus derivados
La historiografía liberal y la marxista tienen cuando menos un punto en común. Pero, además, esa coincidencia no versa sobre aspectos accesorios, sino que directamente apunta a lo esencial. Pues, ambas reconocen el mismo continuum histórico, comparten el mismo relato y, dentro de él, la misma dirección; es decir, ambas son progresistas. Las dos comparten la misma idea capital -el mismo prejuicio- de que se avanza linealmente de lo menor a lo mayor, de lo más atrasado (con su carga peyorativa implícita) hacia lo más avanzado (y, por ende, lo mejor); la idea, pues, de que la humanidad adelanta siempre en desarrollo, en constante progreso.
La diferencia estribaría en que, mientras los liberales ven en el modo de producción capitalista y en la “superestructura” política que le corresponde, la democracia burguesa, una meta insuperable, el fin de la historia, los marxistas ven en todo ello apenas una etapa histórica cuya superación desembocará necesariamente en el socialismo y, ulteriormente, en el comunismo, fin de la historia.
La confluencia, por supuesto, hoy a nadie toma por sorpresa y se explica sencillamente en que tanto el marxismo como el liberalismo tienen su raíz común en el pensamiento ilustrado. Y acaso esto mismo sirva para ayudar a comprender lo poco que ha aportado el marxismo al conocimiento de nuestras raíces históricas. Entre otros motivos porque, al parecer, es éste un trabajo ya elaborado y concluido por el pensamiento liberal, y lo que cumple es avalarlo, asumirlo como punto de partida para nuevas investigaciones. Se trata, en últimas, de caso y de cosa juzgados.
Quizá, mejor haríamos volviendo a poner sobre la mesa, esta vez en forma de meros interrogantes, viejas reflexiones, hoy inexplicablemente relegadas al rincón de las consejas.
 Por su abandono, los intentos por explicar lo sucedido a partir  de 1.810 suelen dejar  de lado el sustrato filosófico y teológico  -ideológico, dicen ahora- de aquellas acciones, para ocuparse sólo de lo fáctico en los diversos campos de lo social, lo económico, lo político… En una palabra, de lo “histórico”, pero, haciendo a un lado lo cultural, lo religioso (que va siempre inserto, “encarnado” en la cultura) y, por supuesto, lo filosófico, que constituye tal vez el corazón del asunto, haciendo gala de aquella pretensión tan a la moda, según la cual, la historia no necesita de la filosofía, de ninguna filosofía de la historia que la fundamente y pretenda asignarle algún sentido.  
El dedo en la llaga
Invitado como orador de orden a los actos conmemorativos del 19 de abril, el joven historiador Pedro  Calzadilla volvía a poner sobre el tapete aquella cosa hace tiempo relegada al olvido.
Ciertamente, la ignorancia – a veces, culpable – de los antecedentes próximos y aun de otros un poco más lejanos en el tiempo, que abarcan desde la difusión de antiguas ideas libertarias hasta los propios combates reales y violentos; desde el despliegue de las armas de la crítica hasta el acto supremo de acometer esa crítica con las armas en la mano… La ignorancia imperdonable de estos precedentes –insistamos– ha impedido hasta ahora y previsiblemente seguirá estorbando en lo futuro la indispensable corrección de una idea equivocada.
Justamente, la muy errada creencia, diseminada como verdolaga en playa por las corrientes liberales, de que la independencia y ulterior instauración de instituciones y de prácticas republicanas se debió principalmente –y, según se afirma otras veces, exclusivamente– “a una imitación ingenua y casual de modelos extraños que, de pronto, deslumbraron a nuestros antepasados”, es decir, a un calco vulgar de los paradigmas de la Ilustración y la Enciclopedia, de la revolución norteamericana y la francesa.
Si ello hubiese sido así, nada propio ostentaríamos, estaríamos ayunos de identidad cultural y tendríamos que acabar reconociendo que, si ayer ofrendamos hasta la vida por parecernos a los franceses, no está nada mal que, a tono con la moda del día –los tiempos cambian! – entreguemos nuestra herencia sin valor, no por un plato de lentejas, sino a cambio de un hot-dog… Cambiemos nuestro ser por el American way of life, almendra del nada ensoñador Sueño Americano.
De hecho, la obstinación con que liberales y marxistas se niegan a reconocer cualquier tipo de identidad cultural; en otras palabras, el rechazo de nuestro ser mestizo (“no somos españoles, no somos indios”, dijo Bolívar), el repudio del mestizaje como fundamento óntico de nuestra existencia como pueblo latinoamericano ha contribuido  a la peor de todas las formas de dependencia, a la dominación cultural imperialista, cuyo peso agobia y abruma y aplasta aún más que el sojuzgamiento  económico y  político.

H.P. se instala en la Academia
La Cuarta República en su etapa más grotesca, la del Puntofijismo, llevó a términos teóricos la abyecta ideología de la dominación, formulada esta vez en ampulosos términos académicos, desde la flamante Cátedra libre Venezuela, de la UCV, encabezada por el profesor Germán Carrera Damas, hoy figura octogenaria de la oposición golpista al proyecto de la revolución bolivariana.
Gracias a esta curiosa labor intelectual, la globalización se estableció en “nuestra primera casa de estudios” aún antes de que se hiciese realidad en el campo económico y aún antes de que el neoliberalismo se estableciese como dogma en las escuelas de economía. Según su tesis, nuestra historia desde el descubrimiento habría consistido solamente en “una generalización de patrones culturales por vía de influencia, imitación, incorporación o imposición, suplantando los patrones precedentes, mediatizándolos o simplemente superponiéndose y por lo mismo coexistiendo con ellos”. Se trata de asumirnos como sociedad implantada, donde “se generan diversos grados de apertura hacia el influjo de la modernidad” y, como consecuencia “no cabe hablar de sociedad latinoamericana sino de sociedades latinoamericanas”.
Finalmente, en esta línea, la Independencia, por cuyo bicentenario empezamos a transitar, habría sido apenas el punto culminante de “la crisis de la sociedad implantada colonial” y, por ende, no tiene caso “indagar si quienes luchaban por la independencia eran los patriotas y si los que luchaban por defender el nexo colonial no eran patriotas… El enfoque de la crisis de la sociedad colonial sitúa este hecho (el de nuestra independencia) en una perspectiva de análisis que se desentiende  de los criterios de la “historia patria”.
No hay “historia patria”, apuntamos nosotros, pues, en ese “enfoque” ya no queda patria por historiar. Como diría Fernando González, el Filósofo de Envigado, hay aquí una curiosa mezcla de bello estilo peído neogranadino con complejo de hijo de puta sudamericano.

El hilo de Ariadna
Una indagación pertinente se pregunta: ¿Cómo salir de este laberinto al que fuimos arrojados por la “modernidad”, de esta maraña que trasladó a nuestras tierras el espíritu de lucro desatado, propio del Renacimiento, y la ideología de la servidumbre natural de origen aristotélico que, según  Marx, empequeñece la figura de ese gigante del pensamiento, reduciéndolo en este terreno a mero parlante de sus esclavistas intereses de clase?
El hilo de Ariadna que permita a los patriotas de hoy en nuestra América, modernos Teseos, salir de esta trampa ideológica y acompañar con cerebro y  corazón la propuesta bolivariana de unión de Latinoamérica en defensa de su más caro interés no puede ser otro que el de la recuperación de nuestro propio pensamiento, despreciado por todas las ideologías de la modernidad.
Distinguir, por ejemplo, lo que de más auténtico y propio y original entraña la obra de pensamiento de Bolívar y de su maestro genial Simón Rodríguez; precisamente aquello que aparta a estos dos grandes hombres de los prejuicios ilustrados y dieciochescos, que los tornaron y los hacen hasta hoy desdeñables a los ojos de los pigmeos congregados a su derredor… Filósofos revolucionarios que los condujeron al abandono y al destierro y a la muerte, en medio de los alaridos de la canalla, que acusaba de loco al maestro y de tirano al discípulo.
Sí, el hilo de Ariadna de veras liberador es el estudio concreto y el  redescubrimiento de las raíces de nuestros ideales íntimos de libertad,  que encuentran expresión culminante en el ideario de los dos simones caraqueños, pero que se remontan mucho más atrás en el tiempo. Así, acaso lleguemos a descubrir la existencia de una doctrina política libertaria, que hunde sus raíces en la antigüedad clásica, se nutre del espíritu del Evangelio, llega hasta nosotros como parte del legado de  cultura aportado por los descubridores, desempeña una función importante en la historia colonial de América… Una doctrina destinada, como dice con elegancia el gran Silvio Zabala, “al propósito de unir a los dos  mundos sin desdoro de la justicia”.
Descubriremos, quizá,  las raíces de nuestros más profundos anhelos de libertad, que alimentaron indirecta y acaso inconscientemente las rebeliones de Andresote y de Chirinos, de Gual y España en Venezuela, la de los Comuneros del Socorro, Manuela Beltrán y José Antonio Galán en la parte neogranadina del virreinato, la de Quito y las demás.
 Vamos a estudiar el pensamiento de ese apóstol de la libertad de los indios que fue Las Casas, cuya memoria quiso eternizar nuestro Libertador, dando su nombre a la ciudad capital de Colombia la grande…
Vamos a conocer la obra de Francisco de Vitoria, que estableció el principio de la soberanía nacional y el derecho de autodeterminación de los pueblos, galas del pensamiento político moderno… Que doscientos años antes del nacimiento de Juan Jacobo Rousseau, explicó claramente, a la luz del Evangelio, que “si un pueblo tiene derecho a verse libre de dominadores extranjeros, lo tiene igualmente para verse libre de dominadores interiores, si éstos son  contrarios a su voluntad”.
Que, con cien años de anterioridad a Juan Germán Roscio, nuestro campeón criollo a la hora de demostrar la falsedad del supuesto derecho divino de los reyes, expuso con meridiana claridad que “el titular del poder político no es sino el pueblo mismo”,  prefigurando  la  verdadera democracia, la democracia directa que, con tierna candidez, nos parece a quienes hoy la intentamos, como tan del siglo XXI. Vale.

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