La matriz iluminista y sus derivados
La historiografía
liberal y la marxista tienen cuando menos un punto en común. Pero, además, esa
coincidencia no versa sobre aspectos accesorios, sino que directamente apunta a
lo esencial. Pues, ambas reconocen el mismo continuum
histórico, comparten el mismo relato y, dentro de él, la misma dirección; es
decir, ambas son progresistas. Las dos comparten la misma idea capital -el
mismo prejuicio- de que se avanza linealmente de lo menor a lo mayor, de lo más
atrasado (con su carga peyorativa implícita) hacia lo más avanzado (y, por
ende, lo mejor); la idea, pues, de que la humanidad adelanta siempre en
desarrollo, en constante progreso.
La diferencia
estribaría en que, mientras los liberales ven en el modo de producción
capitalista y en la “superestructura” política que le corresponde, la
democracia burguesa, una meta insuperable, el fin de la historia, los marxistas
ven en todo ello apenas una etapa histórica cuya superación desembocará
necesariamente en el socialismo y, ulteriormente, en el comunismo, fin de la
historia.
La confluencia, por
supuesto, hoy a nadie toma por sorpresa y se explica sencillamente en que tanto
el marxismo como el liberalismo tienen su raíz común en el pensamiento
ilustrado. Y acaso esto mismo sirva para ayudar a comprender lo poco que ha
aportado el marxismo al conocimiento de nuestras raíces históricas. Entre otros
motivos porque, al parecer, es éste un trabajo ya elaborado y concluido por el
pensamiento liberal, y lo que cumple es avalarlo, asumirlo como punto de
partida para nuevas investigaciones. Se trata, en últimas, de caso y de cosa
juzgados.
Quizá, mejor haríamos
volviendo a poner sobre la mesa, esta vez en forma de meros interrogantes,
viejas reflexiones, hoy inexplicablemente relegadas al rincón de las consejas.
Por su abandono, los intentos por explicar lo
sucedido a partir de 1.810 suelen
dejar de lado el sustrato filosófico y
teológico -ideológico, dicen ahora- de
aquellas acciones, para ocuparse sólo de lo fáctico en los diversos campos de
lo social, lo económico, lo político… En una palabra, de lo “histórico”, pero,
haciendo a un lado lo cultural, lo religioso (que va siempre inserto,
“encarnado” en la cultura) y, por supuesto, lo filosófico, que constituye tal
vez el corazón del asunto, haciendo gala de aquella pretensión tan a la moda,
según la cual, la historia no necesita de la filosofía, de ninguna filosofía de
la historia que la fundamente y pretenda asignarle algún sentido.
El dedo en la llaga
Invitado como orador
de orden a los actos conmemorativos del 19 de abril, el joven historiador
Pedro Calzadilla volvía a poner sobre el
tapete aquella cosa hace tiempo relegada al olvido.
Ciertamente, la
ignorancia – a veces, culpable – de los antecedentes próximos y aun de otros un
poco más lejanos en el tiempo, que abarcan desde la difusión de antiguas ideas
libertarias hasta los propios combates reales y violentos; desde el despliegue
de las armas de la crítica hasta el acto supremo de acometer esa crítica con
las armas en la mano… La ignorancia imperdonable de estos precedentes
–insistamos– ha impedido hasta ahora y previsiblemente seguirá estorbando en lo
futuro la indispensable corrección de una idea equivocada.
Justamente, la muy
errada creencia, diseminada como verdolaga en playa por las corrientes liberales,
de que la independencia y ulterior instauración de instituciones y de prácticas
republicanas se debió principalmente –y, según se afirma otras veces,
exclusivamente– “a una imitación ingenua y casual de modelos extraños que, de
pronto, deslumbraron a nuestros antepasados”, es decir, a un calco vulgar de
los paradigmas de la Ilustración y la Enciclopedia, de la revolución
norteamericana y la francesa.
Si ello hubiese sido
así, nada propio ostentaríamos, estaríamos ayunos de identidad cultural y tendríamos
que acabar reconociendo que, si ayer ofrendamos hasta la vida por parecernos a
los franceses, no está nada mal que, a tono con la moda del día –los tiempos
cambian! – entreguemos nuestra herencia sin valor, no por un plato de lentejas,
sino a cambio de un hot-dog… Cambiemos
nuestro ser por el American way of life,
almendra del nada ensoñador Sueño Americano.
De hecho, la obstinación
con que liberales y marxistas se niegan a reconocer cualquier tipo de identidad
cultural; en otras palabras, el rechazo de nuestro ser mestizo (“no somos
españoles, no somos indios”, dijo Bolívar), el repudio del mestizaje como
fundamento óntico de nuestra existencia como pueblo latinoamericano ha contribuido
a la peor de todas las formas de
dependencia, a la dominación cultural imperialista, cuyo peso agobia y abruma y
aplasta aún más que el sojuzgamiento
económico y político.
H.P. se instala en la Academia
La Cuarta República
en su etapa más grotesca, la del Puntofijismo, llevó a términos teóricos la
abyecta ideología de la dominación, formulada esta vez en ampulosos términos
académicos, desde la flamante Cátedra libre Venezuela,
de la UCV, encabezada por el profesor Germán Carrera Damas, hoy figura
octogenaria de la oposición golpista al proyecto de la revolución bolivariana.
Gracias a esta
curiosa labor intelectual, la globalización se estableció en “nuestra primera
casa de estudios” aún antes de que se hiciese realidad en el campo económico y
aún antes de que el neoliberalismo se estableciese como dogma en las escuelas
de economía. Según su tesis, nuestra historia desde el descubrimiento habría
consistido solamente en “una generalización de patrones culturales por vía de
influencia, imitación, incorporación o imposición, suplantando los patrones
precedentes, mediatizándolos o simplemente superponiéndose y por lo mismo
coexistiendo con ellos”. Se trata de asumirnos como sociedad implantada, donde “se generan diversos
grados de apertura hacia el influjo de la modernidad” y, como consecuencia “no
cabe hablar de sociedad latinoamericana sino de sociedades latinoamericanas”.
Finalmente, en esta
línea, la Independencia, por cuyo bicentenario empezamos a transitar, habría
sido apenas el punto culminante de “la crisis de la sociedad implantada
colonial” y, por ende, no tiene caso “indagar si quienes luchaban por la
independencia eran los patriotas y si los que luchaban por defender el nexo
colonial no eran patriotas… El enfoque de la crisis de la sociedad colonial
sitúa este hecho (el de nuestra independencia) en una perspectiva de análisis
que se desentiende de los criterios de la
“historia patria”.
No hay “historia
patria”, apuntamos nosotros, pues, en ese “enfoque” ya no queda patria por
historiar. Como diría Fernando González, el Filósofo de Envigado, hay aquí una
curiosa mezcla de bello estilo peído neogranadino con complejo de hijo de puta
sudamericano.
El hilo de Ariadna
Una indagación
pertinente se pregunta: ¿Cómo salir de este laberinto al que fuimos arrojados
por la “modernidad”, de esta maraña que trasladó a nuestras tierras el espíritu
de lucro desatado, propio del Renacimiento, y la ideología de la servidumbre
natural de origen aristotélico que, según
Marx, empequeñece la figura de ese gigante del pensamiento, reduciéndolo
en este terreno a mero parlante de sus esclavistas intereses de clase?
El hilo de Ariadna
que permita a los patriotas de hoy en nuestra América, modernos Teseos, salir
de esta trampa ideológica y acompañar con cerebro y corazón la propuesta bolivariana de unión de
Latinoamérica en defensa de su más caro interés no puede ser otro que el de la
recuperación de nuestro propio pensamiento, despreciado por todas las
ideologías de la modernidad.
Distinguir, por
ejemplo, lo que de más auténtico y propio y original entraña la obra de
pensamiento de Bolívar y de su maestro genial Simón Rodríguez; precisamente aquello
que aparta a estos dos grandes hombres de los prejuicios ilustrados y
dieciochescos, que los tornaron y los hacen hasta hoy desdeñables a los ojos de
los pigmeos congregados a su derredor… Filósofos revolucionarios que los
condujeron al abandono y al destierro y a la muerte, en medio de los alaridos
de la canalla, que acusaba de loco al maestro y de tirano al discípulo.
Sí, el hilo de
Ariadna de veras liberador es el estudio concreto y el redescubrimiento de las raíces de nuestros
ideales íntimos de libertad, que
encuentran expresión culminante en el ideario de los dos simones caraqueños,
pero que se remontan mucho más atrás en el tiempo. Así, acaso lleguemos a
descubrir la existencia de una doctrina política libertaria, que hunde sus
raíces en la antigüedad clásica, se nutre del espíritu del Evangelio, llega
hasta nosotros como parte del legado de
cultura aportado por los descubridores, desempeña una función importante
en la historia colonial de América… Una doctrina destinada, como dice con elegancia
el gran Silvio Zabala, “al propósito de unir a los dos mundos sin desdoro de la justicia”.
Descubriremos, quizá,
las raíces de nuestros más profundos
anhelos de libertad, que alimentaron indirecta y acaso inconscientemente las
rebeliones de Andresote y de Chirinos, de Gual y España en Venezuela, la de los
Comuneros del Socorro, Manuela Beltrán y José Antonio Galán en la parte
neogranadina del virreinato, la de Quito y las demás.
Vamos a estudiar el pensamiento de ese apóstol
de la libertad de los indios que fue Las Casas, cuya memoria quiso eternizar
nuestro Libertador, dando su nombre a la ciudad capital de Colombia la grande…
Vamos a conocer la
obra de Francisco de Vitoria, que estableció el principio de la soberanía
nacional y el derecho de autodeterminación de los pueblos, galas del
pensamiento político moderno… Que doscientos años antes del nacimiento de Juan
Jacobo Rousseau, explicó claramente, a la luz del Evangelio, que “si un pueblo
tiene derecho a verse libre de dominadores extranjeros, lo tiene igualmente
para verse libre de dominadores interiores, si éstos son contrarios a su voluntad”.
Que, con cien años de
anterioridad a Juan Germán Roscio, nuestro campeón criollo a la hora de
demostrar la falsedad del supuesto derecho divino de los reyes, expuso con
meridiana claridad que “el titular del poder político no es sino el pueblo
mismo”, prefigurando la verdadera democracia, la democracia directa
que, con tierna candidez, nos parece a quienes hoy la intentamos, como tan del
siglo XXI. Vale.
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